Algún día, estos libros…, cuajados
de palpitante realidad, serán precisa fuente para el estudio de la vida
española de estos tiempos. (Ramón María Tenreiro en “La
Lectura”)[1]
El
periodista, novelista y político Manuel Ciges Aparicio, nacido en Enguera
(Valencia) el 14 de enero de 1873 y asesinado en Ávila el 4 de agosto de 1936,
pasó varios meses en Quesada (Jaén) en 1908 y 1909. Allí se alojó en casa de su
tío materno Jaime Aparicio Sanchiz, quien se dedicaba al comercio de paños, y
tuvo ocasión de conocer de cerca la realidad social y política de la localidad
y de su zona.
Sus
experiencias quesadeñas dieron lugar a numerosos artículos de prensa y a tres
novelas: “La Venganza” (1909), “La Romería” (1910) y “Villavieja” (1914). Todas
estas publicaciones, en especial “Villavieja” (nombre que el autor da en su
novela a Quesada), recogen en forma novelada muchos aspectos de la vida local y
comarcal, a algunos de los cuales ya hice referencia en otra página de este mismo blog
(“Quesada en el siglo XIX”).
Recogeré,
pues, a continuación varios fragmentos de las novelas de Ciges Aparicio y los relacionaré
cuando sea necesario con datos ya incluidos en la citada página.
1.-
EL PAISAJE: LA SIERRA, EL RÍO GUADIANA MENOR Y EL DESIERTO.
Leyendo
“La Venganza” (1909) llamó poderosamente mi atención una fantástica leyenda que
el autor pone en boca de un gitano de las dehesas de Guadix. Especial interés
tiene la descripción de la zona desértica que desde la Dehesa de Quesada se
extiende hasta Almería. Sin duda, ese paisaje impactó profundamente en Ciges
Aparicio, como hoy lo sigue haciendo en quienes lo contemplamos:
Hace no sé cuántos siglos llegó a
esta tierra un gigante que tenía muchas leguas de altura. Le pareció tan
hermoso el país y tan rico en frutas, que comió durante varios días, hasta que
no pudiendo más, reventó de hartura…
Cada parte de su cuerpo voló muy
lejos: su cabeza formó Sierra Nevada; sus melenas, las Alpujarras; sus piernas,
las sierras de Segura y Cazorla; su brazo izquierdo, la de las Estancias, y el
derecho, al caer en el suelo, trazó el cauce del Guadiana Menor…
Aunque deshecho, el gigante vive
todavía: su saliva corre por el Fardes; su aliento sale rugiendo de tarde en
tarde por los picos más altos de la Nevada, y el líquido de su vejiga ya lo
habrán visto humear durante su viaje a los baños de Alicún y Zújar.
… ¿Ven estos campos tan tristes y
desamparados? Pues fueron el jardín donde hace siglos reposó el gigante; pero
sus intestinos se escamparon en el estallido formando estos repliegues y montes
arenosos, que vistos de lejos parecen las olas del mar, y donde ya no nació ni
volverá a nacer la hierba.[2]
2.-
ORIGEN ÁRABE DEL EDIFICIO DEL SANTUARIO DE TÍSCAR.
El
santuario de Tíscar se edificó sobre lo que debió ser mezquita o palacio árabe.
Mediante
una conversación entre un caballero rico, don Manuel (un antiguo carlista), don
Pedro el maestro y el capellán de Tíscar, don Clímaco, Manuel Ciges Aparicio
recoge en “La Romería” (1910) la presencia en el santuario de Tíscar de restos
arquitectónicos de origen árabe y la causa de su destrucción:
Don Clímaco se dirigió a su casa para
recoger la llave de la puerta interior que daba al Santuario. Don Manuel se
entretuvo en contemplar la fachada y el pavimento.
-
¡Es
un dolor, una herejía! –exclamaba-. Tenían que haberlos tirado desde la Peña
Negra.
-
No
le comprendo –murmuró su compañero.
-
¡Pero
no ve usted! Puro estilo árabe, que manos profanas han violado. Todo el arco de
herradura blanqueado de cal, y al través de algunos desconchados aún se ven
trazas de los primitivos arabescos, caprichosos y sutiles, picados
ignominiosamente. ¿Y el pavimento? ¿Ha visto usted mayor pena? ¿Qué bárbaro
habrá arrancado los azulejos? Aún se ven cinco en este rincón que pregonan el
mérito de sus perdidos compañeros.
-
¿Eran
de mérito? –preguntó don Clímaco, que llegaba con la llave.
-
Cualquier
cosa hubiera dado yo por ellos.
-
¡Quién
lo supiera! Diez y ocho años hace que los arranqué para renovar el piso de la
iglesia. Lo menos ocho cargas tuve que sacar con los escombros.
-
¿Y
qué hizo usted de ellas, don Clímaco?
-
¿Qué
hice? Las tiré a la cerrada.
-
¡Ocho
cargas de azulejos árabes! –exclamó dolorido don Manuel.
-
¿Pero
tanto valían? –interrogó arrepentido el capellán.
-
¡Querido
don Clímaco, es usted un animal!
Don Clímaco se
mordió los labios y abrió la puerta.
-
¡Y
esto han hecho con tan linda joya! –volvió a exclamar don Manuel moviendo la
cabeza en torno-. Baldosas blancas en vez de azulejos; muros enjabelgados
llenos de estúpidas inscripciones y feos exvotos en lugar de los prodigios que
sobre la piedra bordó el artista; un confesionario de pino frente a otro
confesionario de roble que hace cinco siglos esculpió con devota inspiración
algún desconocido maestro de la talla… ¡Horrible, abominable!...[3]
3.- TÚNEL DE LA CUEVA DEL AGUA.
A principios del siglo XX debió abrirse el túnel por
el que actualmente se accede a la Cueva del Agua. Ciges recoge ese hecho en “La
Romería” (capítulos VIII y X):
¿Y
la Gruta del Agua?... He oído que han abierto un túnel para llegar más
fácilmente a ella…[4]
Abierto
en alta roca veíase un gran agujero negro que daba paso a la Gruta del Agua.
Antes se llegaba a ella rodeando la gran peña y deslizándose al borde peligroso
de un abismo. Así eran muy pocos los que osaban contemplar el interior
espectáculo. La cofradía de la Virgen dispuso años pasados perforar la gran
mole, y por escasez de dinero no pudo hacerse tan elevado el túnel, que una
persona pasase holgadamente. Para surtir de riego a un campo vecino lanzaron
luego las aguas por la negra abertura, y los que visitaban la gruta tenían que
deslizarse entre las tinieblas, apoyando cuidadosamente los pies en la doble
fila de piedras colocadas a lo largo de las paredes.[5]
4.- DESPEDIDA DE LA VIRGEN Y CRUZ DEL HUMILLADERO.
Al inicio de “La Romería” Ciges describe la
despedida de la Virgen de Tíscar a primeros de septiembre y recoge una
tradición que hoy se mantiene:
…
de los balcones caen rosas deshojadas que llevan el rocío de las lágrimas.
Más adelante hace referencia a la Cruz del
Humilladero, última parada en el pueblo de la procesión de despedida de la
Virgen, que evidentemente no es la cruz actual, sino la original de mármol a la
que hice referencia en otra entrada de este blog.[6]
En la sesión plenaria de 30 de diciembre de 1900, «en el deseo de conmemorar la entrada del
siglo XX, cual corresponde hacerlo a todos los pueblos cultos, … se acordó
levantar un monumento que sirva en lo sucesivo para recibir y despedir a
Nuestra Excelsa Patrona la Santísima Virgen de Tíscar en el sitio que nombran
“el Visillo”, en la carretera que desde esta villa conduce al santuario de
Nuestra Señora, distante un medio kilómetro de la población, sitio que en lo
sucesivo se denominará “El Humilladero”». El concejal Don Manuel Antonio de
Alcalá y Menezo donó entonces una “bonita cruz de mármol para colocarla en el
monumento”.
A esa cruz original se refiere Ciges:
La
procesión se detiene ante una cruz marmórea erguida a la izquierda del camino…
5.- EL FERROCARRIL. LA ESTACIÓN DE QUESADA.
A mediados de siglo se vivía una auténtica “burbuja”
financiera alimentada por la construcción de ferrocarriles, que se veía como la
solución a todos los males y como un negocio redondo, tanto que hasta en
Quesada se quiso participar durante la segunda mitad del XIX invirtiendo
importantes cantidades, vendiendo traviesas y cediendo terrenos.
Pero el trazado de la vía férrea quedó alejado del
pueblo. Ya el 25 de mayo de 1890, y a iniciativa del Alcalde de Cazorla, el Ayuntamiento
de Quesada acuerda nombrar una comisión que se reúna en Peal de Becerro, “como punto céntrico del partido”, para
estudiar los perjuicios derivados del trazado del ferrocarril, previsto por la
margen derecha del río Guadiana Menor, “por
la larga distancia que separa a las poblaciones de importancia de esta zona”.
El 1 de noviembre de 1895 se abre al tráfico
comercial el tramo entre Linares-Baeza y Quesada. Desde que en agosto de 1898
se inauguró el tramo Huesa-Larva y hasta que el 1 de septiembre de 1899 se
inauguró el viaducto del Salado, la línea no tenía continuidad y se hacía
trasbordo entre Larva y Quesada.
El 15 de noviembre de 1896, el Ayuntamiento de
Quesada ya se interesa en la construcción de un camino que comunique la ciudad
con la estación de Quesada, pero la construcción de esa carretera se hará
esperar. En 1.933 aún no estaba terminada; se libraron entonces para su
construcción 33.477,45 pts.
Ciges se hace eco de toda esta situación en
“Villavieja”:
Mosiú
(nombre
ficticio del propio Ciges) se estremeció
de enojo y su sentido europeo renació al punto… Miró severo a don Luis
(Luis Obregón, nombre ficticio de Ángel Alcalá Menezo):
-
Así
son ustedes -le dijo- … Más de un cuarto de siglo han estado suspirando por el
ferrocarril, que transportaría a buen mercado los frutos de estas huertas y
multiplicaría sus riquezas, y no han tenido un movimiento de protesta al ver
que trazaban la vía a veintidós kilómetros de distancia.
Don Luis se
mordió el labio y el sargento se encargó de responder:
-
¿Y
qué podíamos hacer nosotros? Dos títulos poderosos, el marqués de Riabaja y el
duque de Fesno[7]
tienen grandes dehesas en la región, y se entendieron con la compañía para que
acercase el ferrocarril a sus posesiones y duplicar su valor.[8]
Durante
la cuestión del ferrocarril, don Dámaso (Dámaso Espino,
cacique local, nombre ficticio inspirado en la figura de Laureano Delgado, que
llegó a Magistrado del Tribunal Supremo) enmudeció
en la Cámara, y lejos de estimular la protesta de los pueblos, su consejo pesó
como arena húmeda para apagar los incipientes fuegos populares. Díjose -y ni
sus amigos lo dudaron en su fuero interno- que él fue uno de los padres de la
patria captados por la Compañía y los dos omnipotentes aristócratas, que con la
desviación de la línea triplicaron el valor de sus latifundios. Aunque el dicho
hubiera sido erróneo, no lo fue que algunos meses más tarde le nombrasen
abogado defensor de la Compañía.
…Después
de haber jurado no ocuparse ya en política ni en cosa que se le pareciera…
obtuvo del ministro de Fomento que desviase el recto trazado de la carretera
que había de unir a Villavieja con la estación de ferrocarril, para que tocase
en su propiedad. A un kilómetro de la población, el nuevo camino se quebraba
bruscamente, describiendo una gran curva y remontaba a veintiocho los veintidós
de recorrido. La gente, pues, solo pudo utilizar ese primer kilómetro de
carretera, y abandonándola en seguida, recorrer los restantes por el viejo
carril lleno de baches y altibajos o por las sendas que al través de montes y
llanadas conducían en línea recta a la estación. Gracias, pues, al cacique la
vía férrea se quedó primero a cinco leguas del poblado, y ahora se hacía
inservible para la comunidad una dispendiosa carretera que solo a él
aprovechaba.[9]
6.- EXPLOTACIONES MINERAS.
En 1844, Andalucía producía el 85% del hierro colado
de España. Durante el año 1900 debió de producirse en la provincia de Jaén una
especie de fiebre minera. Son numerosas las solicitudes que se presentan ante
el Ayuntamiento de Quesada para hacer prospecciones mineras de hierro en la
Dehesa del Guadiana, concretamente en los lugares denominados Pico del Águila,
Baños de Saturnino y Cerro Almagrero, donde se sitúan las minas denominadas “Mi
Fernanda”, “Juanita” y “Carmen y Rosa”; en el Cerro de los Alacranes (mina
“Santos Varones”); en el Cerro de las Hermosillas (minas “El Cerrojo” y “La
Casualidad”), y en la Peña del Cambrón. Dichas prospecciones no debieron de
tener mucho éxito, pues actualmente no se observan restos visibles de las
citadas minas.
Ciges[10]
pone en boca del cacique local D. Luis Obregón las posibilidades que ofrecían
las explotaciones mineras si se conseguía construir “un tren eléctrico que
pudiera transportar personas y grandes pesos”:
¿Han
olvidado que por todas partes nos rodean riquezas inexplotadas? ¿No poseemos
tesoros ocultos y visibles, pero inertes e infecundos por falta de
comunicaciones?
…
¿Por qué no se explotan las ricas minas que hay en nuestra dehesa? ¿Es que el
mineral de plomo no se encuentra casi a flor de tierra en la del Estado? ¿Quién
no está harto de repetir que las dificultades del arrastre tiene improductivos
esos ricos yacimientos?
7.- APROVECHAMIENTOS FORESTALES Y POZOS DE LA NIEVE.
CONFLICTOS ENTRE VECINOS DE QUESADA E INGENIEROS DE MONTES.
Los aprovechamientos forestales de los montes de
propiedad municipal (Poyo de santo Domingo y cerros del Caballo y la Magdalena)
o del Estado se regulaban por el Ayuntamiento cada año y suponían un
interesante beneficio para los vecinos y para las arcas municipales. A efectos
de presupuesto municipal, el esparto de la Dehesa tuvo siempre una importancia
capital hasta la irrupción de las fibras sintéticas.
En ocasiones, el Ayuntamiento se vio obligado a
recurrir al Gobernador Civil para evitar que el Cuerpo de Montes sacara a
subasta los pastos a los que los vecinos tenían derecho de forma gratuita o que
la Guardia Civil presentara denuncias por el ganado que pastaba en los montes.
Así lo hizo en sesión extraordinaria celebrada a tal fin el 28 de octubre de
1844 en atención a “los títulos que este
pueblo tiene para poseer y aprovechar los frutos forestales, no solo de los
terrenos que comprenden el barranco del Tizón y Cerro del Caballo, sino también
los de los demás montes de este término que se tienen como públicos, cuyos
documentos se conservan en los archivos de este municipio, así como la posesión
constante no interrumpida por nadie que viene teniendo de dichos frutos”.
Otra de las actividades económicas hoy desaparecidas
(e imposible ya debido al cambio climático) era el aprovechamiento de los “pozos
de la nieve”, es decir, el uso de la nieve acumulada en pozos y torcas de la
sierra para consumo humano en épocas de calor.
El arriendo en subasta pública de los pozos de la
nieve ya fue autorizado por el Gobernador Civil de la provincia el 5 de abril
de 1867, según consta en acuerdo plenario municipal de 14 de abril de ese año,
pero el aprovechamiento de la nieve por el vecindario de Quesada se remonta a
la Edad Media.
Ya en las “relaciones enviadas por los párrocos al
geógrafo real Tomás López en el año 1785” se dice:
“Abundan en
estas sierras fuentes de aguas muy delgadas, y ricas, y también de unas simas o
torcas muy profundas, tanto que algunas no se les ha descubierto pie o suelo.
Sirven para recoger nieve, sin más industria que la de caer en ellas, con tanta
abundancia que se forma un hielo muy duro, con el que se abastece esta villa y
otras cuatro o seis distantes de cuatro a seis leguas, sin que falte para
todas. Y algunos años se ha surtido también la ciudad de Jaén, distante once
leguas, y la de Córdoba, que está a veinte y dos”.
Debía ser un negocio lucrativo la venta de la nieve,
porque en el año 1900 aparece un conflicto de intereses entre el Ayuntamiento
de Quesada y el Cuerpo Facultativo de Montes del Estado, que se disputan el
derecho de explotación de la nieve, especialmente de la acumulada en los Poyos
de Santo Domingo.
Los conflictos entre vecinos y la Sociedad Resinera,
agravados por la corrupción política del Alcalde y el cacique locales, son
recogidos por Ciges en “Villavieja”:
También
era opinión corriente que, en el arriendo anual de los espartales de
Villavieja, don Dámaso compartía el corretaje con el alcalde; es decir, que de
las treinta mil pesetas que abonaba el arrendatario de la dehesa, en la Caja
municipal solo ingresaban veinte mil, quedando la tercera parte en provecho del
cacique y su hechura. Mayor era todavía la subvención que le suministraba la
poderosa Sociedad Resinera. Algunos la evaluaban en tres mil duros. La Resinera
devastaba la sierra Cebriana, propiedad del Estado, y humillaba cuotidianamente
a los pueblos vecinos; pero don Dámaso jamás protestó contra el vandalismo de
los ingenieros ni el abuso de sus dependientes, ni siquiera durante el período
gubernamental en que fue director general de Agricultura. Con pretexto de
querer conservar su independencia, tampoco intercedió jamás a favor de los
leñadores perseguidos por la Compañía o de los miserables rechazados a
culatazos y conducidos a la cárcel con los brazos ligados, por querer
aprovecharse de las nieves de la sierra.[11]
En plena campaña electoral, don Luis Obregón hablaba de la Resinera y de su obra criminal
e inepta.
-
El
caciquismo de sus representantes -decía- es más funesto que el político, así en
Argola (nombre figurado de Cazorla) como en los demás pueblos vecinos de la sierra. Hasta las autoridades…
les están humildemente sumisas, y gozan sin bochorno de sueldos conocidos de
todos. Gracias a esa obediencia servil, se veja a los menesterosos, que en los
tiempos de escasez suben a las montañas en busca de una poca de nieve o de
algunos palos para venderlos o calentar sus hogares. Se les había ofrecido
tolerancia al arrendar el Estado la sierra, y se les paga con palizas crueles y
llenando de ellos la cárcel de Argola. Una tentativa de alzamiento contra los
ingenieros se apaciguó fusilando a la muchedumbre, procesando a sesenta
personas y condenando a presidio a seis, entre las cuales hay un joven que se
ha demostrado no haber tenido intervención en los sucesos. Y con tanta ayuda
del Estado para defender los supuestos derechos de la Resinera, el Estado
olvida los suyos. La sierra se está despoblando. Se corta triple cantidad de
pinos que los autorizados en el contrato. Las hachas aleves, que debían
convertir sus filos contra los arrendatarios, los abaten clandestinamente de
noche para un diputado republicano que entiba con ellos sus minas. El buen
representante popular amenazó a la Sociedad con denunciar en las Cortes sus
criminales abusos si no le surtía de madera a mitad de precio. Y la repoblación
no existe: donde se corta un tronco ya no retoña, y las cumbres de los montes
van quedándose calvas como cabezas de ancianos. Se les ve rebrotar
espontáneamente por diversos puntos, pero siempre fuera de la nefasta jurisdicción
de la Resinera… Diríase que los ingenieros son jetattori, porque no tiene el árbol enemigo mayor que
ellos. A expensas de la sierra misma construyen casas y casas: en las cumbres
famosas, a lo largo de los límites, en los puntos de perspectivas magníficas.
Dicen que son para albergar a la legión de guardas. ¡Ja, ja! Entre ellas hay
preciosos hoteles bien amueblados, y creo que ni en dominios reales se vio a
guardas ignaros y brutales tan pomposamente alojados. Con la venta clandestina
de pinos se construyen esos lindos edificios que en verano acogen al juez, al
capitán de la Guardia civil, a los amigos de la Sociedad… y a los que pudieran
ser sus enemigos. Y en verano como en invierno, no es difícil encontrar a las
amantes y cocotas que, para distraer sus ocios, traen de Madrid los ingenieros.[12]
8.- CORRUPCIÓN POLÍTICA.
En el apartado precedente ya hemos podido ver cómo
Ciges Aparicio trata reiteradamente este asunto en sus novelas. Veamos algunos
ejemplos más:
En el capítulo XIV de “Villavieja”, D. Federico, el
maestro, a la vista de la furia con que se iniciaba una campaña electoral,
dice:
La
única impresión que la gente recibe ya… es que su escepticismo aumenta; pues
sabe que a los partidos solamente los diferencia el rótulo, y que don Dámaso u
Obregón, el presidente de la Resinera o no importa cuál otro, luchan todos por
intereses codiciosos y que las buenas palabras solo sirven para disfrazar la
voracidad del apetito. Si a unos y otros iluminase la luz interior de las
ideas, la pasión del combate encendería al auditorio en anhelos; pero como solo
campean por intereses inferiores, se insultan, el insulto provoca el odio, se
golpean y matan, al modo de perros por igual presa. Gritan, riñen y se
despedazan, y la muchedumbre se deleita como en circo o plaza de toros, y sin
creer que los unos valgan más que los otros. Y tienen razón; solo que los
espectadores no valen más que los actores.
…
En nuestro vislumbre de democracia conviene mimar a la multitud rindiéndole una
parte de adulación… el pueblo deja que le conduzcan mal, y nada hace para ser
conducido mejor. Ignoro si el mal procede de arriba o de abajo…, aunque
sospecho que de ambas partes. Lo que cualquiera puede observar es que la
inmoralidad está disuelta en el aire respirable, y que por igual corrompe a los
superiores y a los inferiores, a los que gobiernan y a los gobernados. Si estos
murmuran es porque no pueden mandar para hacer lo mismo… Esto quiere decir que,
para ellos, el robo es natural y como inherente al cargo público, y cada cual
quisiera estar investido del cargo para robar. Cuando a tan baja noción se
llega de las gestiones públicas, es que la masa gobernada también está
corrompida.
Los fraudes y “pucherazos” electorales eran
frecuentes. Ciges los describe así en el capítulo XXI de “Villavieja”:
Compra
de sufragios, cambio de papeletas, resurrección de muertos, «embuchados»,
avance de relojes, todos los artilugios que hacen de las elecciones españolas
un capítulo de picaresca moderna, presenció aquel día Villavieja.
9.- SITUACIÓN DE LOS JORNALEROS Y TRABAJO INFANTIL.
A principios del siglo XX, la situación del
campesinado andaluz, y más concretamente del jornalero quesadeño, era
lamentable. Ciges nos la muestra así durante la campaña de recogida de la
aceituna:
Hombres y
mujeres, viejos y niños, astrosos todos, se habían sentado en grupos bajo los
olivos para devorar su pitanza. El inventario de los comestibles hacíase en una
rápida inspección ocular. La sardina y la granada eran los únicos manjares, y
solo el trozo de pan moreno diferenciaba al hombre de la mujer y el chiquillo.
El que a las doce consumía una sardina, cambiaba de plato por la noche
aceptando una granada, y entre esta y aquella tenía que optar al día siguiente.
El gazpacho estaba reservado al verano.
Y gracias que
el año fue pingüe en aceituna para que ahora no les faltase la comida. Por
serlo obtenían los recogedores jornales de excepción. Los hombres ganaban
sesenta céntimos trabajando del alba hasta la puesta, y cuarenta las mujeres y
los niños granados que sabían afanarse como hombres. Los años de cosecha menos
próvida, cobraban cuarenta o cincuenta céntimos los adultos y veinticinco o
treinta las mujeres y chiquillos.
La recogida de
aceituna era, con la siega y trilla del estío, la época más anhelada del año.
Los niños estaban en sus glorias, porque abandonaban la escuela para ayudar a
sus padres; los padres podían ahorrar alguna cosilla de los sesenta céntimos
que tocaban al hombre o los cuarenta de ella y su prole, para pagar las deudas
acumuladas durante los negros meses transcurridos desde la siega, y comprar
alguna ropa con que sustituir los andrajos que se les caían de puro viejos.[13]
Y en el mismo capítulo recoge esta escena entre el
suizo que visita la localidad (“Mosiú”, nombre ficticio del propio autor en la
novela), una jornalera que recoge aceituna y el propietario de las tierras:
-Vivimos muriendo, señorito... ¿Se figura usted que trabajar de sol a
sol, y no llevarse a la boca más que un arenque es para estar gordos y lucidos?
Y señalando al viejo que junto a ella daba vueltas entre sus encías
desguarnecidas a una corteza de pan, interrogó a Mosiú:
-¿Cuántos años
se figura usted que tiene mi hombre, caballero?
El suizo no
creyó equivocarse de mucho.
-Quizás
sesenta y cinco.
La mujer movió
la cabeza.
-Pues no ha cumplido
cuarenta y ocho, señorito; y aquí me tiene a mí con cuarenta, que soy una vieja
llena de arrugas y para nada. A los cuarenta años somos unos viejos los pobres,
y a los cincuenta ya nos llama la tierra. Y el que pasa de esa edad, peor para
él, porque la gente tiene el corazón tan duro, que ni pidiéndole limosna hace
gracia.
... El dueño
del olivar… se volvió entonces hacia los trabajadores y les dijo malhumorado:
-¿Vais a pasar
todo el día de comida y de charla? El sol se pone presto en invierno, y no os
rendirá el trabajo.
Alguien
murmuró quedo:
-¡Para lo que
se cobra!
Pero el patrón
le había oído, y le replicó:
-¡Para lo que
se trabaja…!
La escena termina con una nueva denuncia de la
corrupción política:
… La mujer que
había hablado con Mosiú… refunfuñó
suspirando:
-
¡Anda con
Dios, que para ti es la vida! De hambre te morías, piojoso; y en los cuatro
años que tienes la vara de alcalde te has comprado con nuestro dinero casa,
olivar y huerta, que nosotros mismos te trabajamos. Otros cuatro años más, y Villavieja
será tuya, Judas traidor, que a robar nadie te gana.
10.- SITUACIÓN DE LA MUJER. ASESINATOS MACHISTAS.
En el capítulo XVIII de “Villavieja”, don Luis
Obregón intenta convencer a las mujeres de que pronto podrán conseguir un novio
con recursos si triunfa en las elecciones e industrializa el pueblo. Ciges
Aparicio utiliza esta situación para reflexionar sobre el papel reservado a la
mujer:
Como Julio
César, Obregón ponía gran celo en captarse la estima de las mujeres, que
acabaron por ser sus defensoras más adictas. Don Luis sabía que, entre los
múltiples problemas que conturban a España, hay uno del que no se habla y es el
tormento de los hogares. El rubor paternal ni siquiera osa enunciarlo; pero su
gravedad está siempre activa en el pensamiento entenebreciendo el espíritu. Ese
problema es el porvenir de la mujer, su casamiento, que entre nosotros
constituye su oficio.
… La
existencia se encarece y complica en nuestros días, las necesidades aumentan, y
el hombre no muestra mucho apego al trabajo. Aun el que trabaja apenas gana lo
necesario para sostener a una familia. La vida incierta y el temor de la
posible miseria le hacen receloso del porvenir, y cada vez se aleja más de la
mujer sin dote.
… El Estado
empieza a preocuparse de la situación de la mujer soltera abriéndole algunas
rutas; pero las fecundas ocupaciones escasean, y hasta los hombres han de
emigrar por carecer de ellas. En resumen: miedo al casamiento en la clase
media; horror no confesado de la mujer a quedarse soltera -vieja, miserable y
escarnecida con apodos- cuando le falten los padres, y, en hombres y mujeres,
temprano presentimiento del peligro, despojando al amor del aspecto
desinteresado y poético, que es su perfume a los quince años, para alimentarlo
a los veinte con razones de turbia conveniencia.
Por esa
inquietante percepción del porvenir, las mujeres eran las más entusiastas de
don Luis Obregón.
Ya en el capítulo III de su novela, Ciges había
citado un grave problema que hoy seguimos padeciendo, el de los asesinatos de
mujeres a manos de sus parejas, cuando reclamaba utilizar la violencia en caso
necesario, pero para reclamar justicia y defender un adecuado trazado del
ferrocarril. Respondía en ese momento Mosiú
a don Luis Obregón:
-
¿Ve usted?
¡Siempre el mismo absurdo! Se matan por una palabra, hasta por una simple
mirada; dan muerte a la mujer que no les quiere y se suicidan sobre su cadáver;
pero tienen miedo a exponerse en defensa del bien público. Individualmente,
todo; colectivamente, nada.
11.- HIGIENE PÚBLICA. ORDENANZAS MUNICIPALES.
En otra entrada de este mismo blog[14]
recogí las ordenanzas municipales de Quesada aprobadas en 1873. Entre ellas
figuran las relativas a la salud pública y a la limpieza (artículos 23 al 37).
A ellas debe referirse Ciges cuenta la historia de doña Mercedes “La Tambora”,
madre del párroco D. Bonifacio Gutiérrez:
Su celo de
mujer limpia llevábalo hasta no querer conservar un solo día la basura en casa.
Durante la noche, cuando el vecindario había cerrado ya sus puertas, la buena
señora la sacaba en una lata para verterla al borde de la carretera. Ni las
quejas de los vecinos ni las amonestaciones de los municipales pudieron curarla
de aquella (sic) tema. Durante la
escrupulosa alcaldía de don Leandro Obregón (hermano de D. Luis Obregón y
probablemente nombre ficticio de Manuel Antonio Alcalá y Menezo, concejal del
Ayuntamiento de Quesada en 1900), este se
propuso hacer de Villavieja una urbe europea, que no recordase en policía al
sucio aduar africano que había sido hasta entonces, y reformó las ordenanzas
municipales, divulgando en semanales bandos públicos y fijando en los sitios
más frecuentados de la población los artículos pertinentes a la higiene
pública.[15]
12.- COLEGIO DE SEGUNDA ENSEÑANZA.
Como también incluí en la citada página de este blog,
el
1 de septiembre de 1889 la Corporación acordó conceder una subvención de mil
pesetas para la instalación en Quesada de un colegio privado de segunda
enseñanza, lo que habían propuesto tres vecinos, según consta en el acta
plenaria:
«Se dio cuenta de una exposición que dirigen a
esta corporación municipal los vecinos de esta villa el Ldo. D.
Leandro Giménez Pérez, párroco de la misma (que daría nombre a la actual
Plaza de la Lonja, donde aún se conserva la placa que dice “Paseo del párroco
D. Leandro Giménez Pérez”), D. Ángel Alcalá y D. Salvador Segura
manifestando el deseo y la conveniencia de fundar en esta población un
instituto privado de segunda enseñanza y una preceptoria sucursal del Seminario
de Toledo donde se cursen con perfecta y legal validez académica todas las
asignaturas de humanidades y filosofía, a cuyo fin pidieron y obtuvieron las
autorizaciones del instituto provincial de Jaén, y de su Excmo. Rvmo. Cardenal
esperan la concesión de lo solicitado».
Como podemos observar, uno de los solicitantes era
D. Ángel Alcalá Menezo, a quien, como ya hemos señalado, Ciges Aparicio llama
D. Luis Obregón en su novela “Villavieja”.
En el capítulo IX, el novelista incluye el proyecto
de creación del colegio como iniciativa de D. Luis Obregón para apoyar sus
aspiraciones políticas. En conversación con don Federico, el maestro, y con Mosiú
(es decir, el propio Ciges, que de hecho expone de este modo su
propias ideas reformistas y progresistas sobre la educación y su importancia en
el progreso social y económico), les dijo:
Es
necesario que empecemos a fomentar la cultura. ¿No les parece a ustedes? Vamos,
pues, a fundar un colegio de segunda enseñanza.
El maestro se mostró escéptico:
Se
cansarán pronto…, y aun dudo de que no se cansen antes de empezar el curso. En
Villavieja no hay ambiente cultural, y hasta sospecho que la cultura todavía no
constituye una necesidad. Vean ustedes lo que me ocurre a mí. Estamos a diez y
ocho de diciembre y hace quince días que declaré a la fuerza las vacaciones de
Navidad por falta de alumnos. Los pobres retiraron a sus hijos hace un mes,
cuando empezó la recogida de la aceituna, y al ver las clases desiertas, los
otros fueron dejando de asistir… Mientras los padres necesiten de ellos para
ganar algunas monedas más, los hijos faltarán a la escuela.
…
Don Luis Obregón no oía a sus dos compañeros, ocupado en madurar el proyecto.
También sospechaba él que su plan no prevalecería, o que su existencia sería
efímera, pero conociendo la nerviosa impresionabilidad de los villavejenses,
tampoco dudaba de su momentáneo éxito. Sus convecinos se entusiasmarían de
pronto, y toda la clase media y superior, hasta sus propios adversarios,
querrían enviar a sus hijos al colegio… Durante ese período de novedad y
entusiasmo, él recibiría loores por su fecunda iniciativa, y como la crisis
ministerial era inminente, no dejaría de ganar prosélitos.
13.- CRIPTA FUNERARIA JUNTO A LA IGLESIA.
Obregón inició inmediatamente la construcción del
colegio “al lado de la iglesia, en un viejo y destartalado caserón que D.
Luis recibió en herencia”.
Es probable que esa casa adyacente a la iglesia (si
es que la historia es real y no pura ficción) fuese la misma o estuviese muy
próxima a la que en 1885 el párroco reclamó al Ayuntamiento, situada donde hoy
está el espacio público del Mirador de la Baranda.
En la novela (“Villavieja”) se dice que “la
casa, adyacente a la iglesia, la habían fundado hacía siglo y medio sobre el
cementerio de esta”.
En cualquier caso, y siempre según la novela,
durante la realización de las obras de construcción del colegio, don Luis Obregón
encontró bajo el suelo una cripta funeraria con numerosos féretros y las momias
de un hombre y una mujer bien conservadas; tal descubrimiento lo enfrentó con
el párroco, ya que ambos se disputaban la propiedad del hallazgo.
14.-
HUERTAS Y REGADÍO. ABONOS Y MAQUINARIA AGRÍCOLA.
La especial relevancia que en Quesada tenían los
cultivos de huerta queda claramente de manifiesto en el artículo 120 de las
Ordenanzas Municipales de 1873, donde se especifica que “en los olivares que tengan riego no se invertirá el agua más que en el
invierno y épocas en que no la necesiten las huertas”.
En las respuestas de Quesada al “Interrogatorio de
población, agricultura y artes y oficios” realizado por el gobierno en 1802
encontramos algunos datos sobre los usos agrícolas del momento. A la pregunta
de “si los labradores conocen, además del
estiércol, otros abonos, si los usan y los tienen a mano” la respuesta es:
“no más que el estiércol”.
Y a la pregunta “si
la labor se hace con bueyes o mulas o solo de azada, esto es, a fuerza de brazo”
se responde: “con bueyes, mulas, asnal y
azada”.
Respecto a los regadíos, el citado interrogatorio
pregunta “qué máquinas hidráulicas se
usan para elevar las aguas para el riego de las tierras y qué número hay de
dichas máquinas”. Quesada responde que hay solo una, en Chíllar. Ello
significa que en las proximidades del pueblo las huertas utilizaban canales de
riego por los que las aguas fluían desde los ríos aprovechando los desniveles
del terreno. La grúa, cigüeña o cigoñal de Chíllar ya se cita en el Catastro de
Ensenada (1754), y se la debía de valorar mucho porque es una de las pocas
cosas que se resaltan en el croquis del término.
También de estos temas se ocupa Ciges en
“Villavieja”. En el capítulo XIII figura el proyecto que D. Luis Obregón
defendía de canalizar el río Gualdavia (Guadiana Menor), que “surcaba la zona llana de Villavieja y de
diecisiete pueblos más abajo”, para transformar “en fértiles terrenos de regadío muchas leguas incultas o de
insuficiente producción”.
Ante tal proyecto, D. Ambrosio, el doctor, le objeta:
Tenemos
ya terrenos de regadío: son muy pocos los que los estiman y ninguno sabe
obtener de ellos el provecho merecido…
A lo que D. Luis responde:
Lo
sé de sobra, doctor; pero también me explico que la gente no se entusiasme con
ellos. Casi todos son huertas y árboles frutales. Como la abundancia de sus
frutos supera a las necesidades de Villavieja, nadie los estima ni vales gran
cosa. El excedente de esos productos tendríamos que enviarlo a otros mercados
para hacerlos remuneradores; pero antes carecíamos de ferrocarril que los
transportase pronto y en buen estado, y ahora nos lo han dejado tan distante,
que el envío en caballerías hasta la estación vale más que ellos…
…
Pues bien; como no se trata solo de Villavieja, sino de una extensa y feraz
comarca transformada por el río y el cultivo intensivo, ya no es en España,
sino lejos de ella, en París, en Londres y en Nueva York, donde podríamos
imponer los frutos de nuestra tierra. El mar no está lejos. ¿Y recuerda usted
el alentador ensayo que con los higos de nuestras huertas hizo mi hermano
Leandro? En París les dieron el segundo lugar, después de los de Esmirna y al
lado de los mejores marselleses.[16]
El proyecto de Obregón tuvo muy poca acogida, por lo
que Mosiú (es decir, Ciges) y el
maestro conversan al respecto. El suizo dice:
Yo
no acabo de comprender este país. Unas veces me figuro que está poblado de
tontos, otras me parece que los tontos se pasan de listos, y casi siempre me
produce la impresión de una humanidad alocada, que corre sin saber por qué, y
en mitad de la carrera se para en seco. Un médico de pueblos quizás reconocería
en Villavieja alguna enfermedad fundamental.
A lo que el maestro responde:
Usted
mismo ha estado a punto de diagnosticarla al hablar de la falta de
perseverancia de don Luis, de la cual participan los demás, que buscan siempre
a un hombre, el hombre-providencia, para realizar lo que la voluntad colectiva
no es capaz. La enfermedad de Villavieja se llama abulia.
En los capítulos IV y V de “Villavieja”, Mosiú (es decir, el propio Ciges)
analiza la situación de la agricultura en Villavieja y plantea iniciativas de
modernización similares a las que D. Leandro Obregón había observado en “una
vasta población agrícola de Extremadura donde conservaba algunas propiedades”.[17]
Dice Mosiú al
alcalde en el capítulo IV:
Carecen
ustedes de industrias; el comercio es rudimentario, y solo la tierra constituye
su único bien. En ella, pues, debieran de cifrar su amor. ¡Y cómo la tratan! A
la tierra le piden todo y nada quieren devolverle. De su seno paridor reciben
los frutos para pagar a los jornaleros y vivir ustedes en la holganza. Harta de
producir, la infeliz se cansa y extenúa, y entonces reniegan de su esterilidad.
Ya empiezan a preferir los terrenos de secano, porque las huertas rinden cada
año menos y no compensan proporcionalmente la diferencia de precio. ¡Es
natural! El agua las hace parir mucho, y por eso mismo las esquilma mucho más.
Solo ustedes fingen ignorar ese fenómeno. Para que siguiese produciendo,
tendrían que renutrirla con activos abonos, y solo les ofrecen el insuficiente
que almacenan gratis en sus cuadras. Ese apenas podría abonar una tercera parte
de la zona regable, y para el resto debieran de solicitar el concurso de la
química. -«Cuesta caro»- dicen siempre. Por serlo y no acudir al alimento
industrial, la agricultura se les anemiza como las personas, los campos
producen poco y ustedes se sumen en la ruina… Retírense del Casino y acérquense
a la tierra.
En el capítulo V se nos hace saber lo ocurrido en el
pueblo de Extremadura citado:
…
por primera vez en la dilatada existencia del pueblo llega a la tierra
extenuada el socorro del abono químico… Y por primera vez se advierte que
nuestro viejo arado ya no satisface las modernas necesidades, y aparece el de
vertedera, que llega de las fábricas belgas. Y, como existiendo la necesidad
dicen que el órgano no tarda en aparecer, un herrero hábil imita las nuevas
máquinas, las perfecciona y abarata en el pueblo mismo, que ya no necesita
surtirse del extranjero… Y el propietario, pagando tres o cuatro veces más a
los siervos de hace quince años, ha visto aumentar sus cosechas y acrecentar su
capital.
[1] Fuente: Nota
preliminar a “Villavieja” incluida en el II volumen de las novelas de Manuel
Ciges Aparicio publicadas por la Conselleria de Cultura, Educació i Ciència de
la Generalitat Valenciana en 1986.
[2] “La Venganza”.
Primera parte.
[3] “La Romería”.
Capítulo II.
[4] “La Romería”.
Capítulo VIII.
[5] “La Romería”.
Capítulo X.
[6] “Quesada en el
siglo XIX”.
[7] Ignoro quiénes
son los personajes reales a quienes se pueda referir el autor con estos títulos
nobiliarios, pero recuerdo que, siendo niño, escuché contar en el cortijo de
Los Propios que los propietarios de aquel latifundio habían conseguido de Renfe
que el talgo Madrid – Granada parase obligatoriamente en la estación de Los
Propios – Cazorla, próxima al cortijo, para poder desplazarse ellos cómodamente
desde Madrid.
[8] “Villavieja”.
Capítulo III.
[9] “Villavieja”.
Capítulo VII.
[10] “Villavieja”.
Capítulo XVII.
[11] “Villavieja”.
Capítulo VII.
[12] “Villavieja”.
Capítulo XIV.
[13] “Villavieja”.
Capítulo IV.
[14] “Quesada en el
siglo XIX”.
[15] “Villavieja”.
Capítulo X.
[16] Este dato parece
tener una base histórica. Al parecer, en la exposición universal de París de
1889, los higos secos de Quesada obtuvieron un segundo premio.
[17] Probablemente
Azuaga (Badajoz). Ciges Aparicio residió allí entre 1878 y 1890 y regresó en la
primavera de 1903. (Fuente: nota 23 de “Villavieja”, en el II volumen de las
novelas de Manuel Ciges Aparicio publicadas por la Conselleria de Cultura,
Educació i Ciència de la Generalitat Valenciana en 1986).
Algún día, estos libros…, cuajados
de palpitante realidad, serán precisa fuente para el estudio de la vida
española de estos tiempos. (Ramón María Tenreiro en “La
Lectura”)[1]
El
periodista, novelista y político Manuel Ciges Aparicio, nacido en Enguera
(Valencia) el 14 de enero de 1873 y asesinado en Ávila el 4 de agosto de 1936,
pasó varios meses en Quesada (Jaén) en 1908 y 1909. Allí se alojó en casa de su
tío materno Jaime Aparicio Sanchiz, quien se dedicaba al comercio de paños, y
tuvo ocasión de conocer de cerca la realidad social y política de la localidad
y de su zona.
Sus
experiencias quesadeñas dieron lugar a numerosos artículos de prensa y a tres
novelas: “La Venganza” (1909), “La Romería” (1910) y “Villavieja” (1914). Todas
estas publicaciones, en especial “Villavieja” (nombre que el autor da en su
novela a Quesada), recogen en forma novelada muchos aspectos de la vida local y
comarcal, a algunos de los cuales ya hice referencia en otra página de este mismo blog
(“Quesada en el siglo XIX”).
Recogeré,
pues, a continuación varios fragmentos de las novelas de Ciges Aparicio y los relacionaré
cuando sea necesario con datos ya incluidos en la citada página.
1.-
EL PAISAJE: LA SIERRA, EL RÍO GUADIANA MENOR Y EL DESIERTO.
Leyendo
“La Venganza” (1909) llamó poderosamente mi atención una fantástica leyenda que
el autor pone en boca de un gitano de las dehesas de Guadix. Especial interés
tiene la descripción de la zona desértica que desde la Dehesa de Quesada se
extiende hasta Almería. Sin duda, ese paisaje impactó profundamente en Ciges
Aparicio, como hoy lo sigue haciendo en quienes lo contemplamos:
Hace no sé cuántos siglos llegó a
esta tierra un gigante que tenía muchas leguas de altura. Le pareció tan
hermoso el país y tan rico en frutas, que comió durante varios días, hasta que
no pudiendo más, reventó de hartura…
Cada parte de su cuerpo voló muy
lejos: su cabeza formó Sierra Nevada; sus melenas, las Alpujarras; sus piernas,
las sierras de Segura y Cazorla; su brazo izquierdo, la de las Estancias, y el
derecho, al caer en el suelo, trazó el cauce del Guadiana Menor…
Aunque deshecho, el gigante vive
todavía: su saliva corre por el Fardes; su aliento sale rugiendo de tarde en
tarde por los picos más altos de la Nevada, y el líquido de su vejiga ya lo
habrán visto humear durante su viaje a los baños de Alicún y Zújar.
… ¿Ven estos campos tan tristes y
desamparados? Pues fueron el jardín donde hace siglos reposó el gigante; pero
sus intestinos se escamparon en el estallido formando estos repliegues y montes
arenosos, que vistos de lejos parecen las olas del mar, y donde ya no nació ni
volverá a nacer la hierba.[2]
2.-
ORIGEN ÁRABE DEL EDIFICIO DEL SANTUARIO DE TÍSCAR.
El
santuario de Tíscar se edificó sobre lo que debió ser mezquita o palacio árabe.
Mediante
una conversación entre un caballero rico, don Manuel (un antiguo carlista), don
Pedro el maestro y el capellán de Tíscar, don Clímaco, Manuel Ciges Aparicio
recoge en “La Romería” (1910) la presencia en el santuario de Tíscar de restos
arquitectónicos de origen árabe y la causa de su destrucción:
Don Clímaco se dirigió a su casa para
recoger la llave de la puerta interior que daba al Santuario. Don Manuel se
entretuvo en contemplar la fachada y el pavimento.
-
¡Es
un dolor, una herejía! –exclamaba-. Tenían que haberlos tirado desde la Peña
Negra.
-
No
le comprendo –murmuró su compañero.
-
¡Pero
no ve usted! Puro estilo árabe, que manos profanas han violado. Todo el arco de
herradura blanqueado de cal, y al través de algunos desconchados aún se ven
trazas de los primitivos arabescos, caprichosos y sutiles, picados
ignominiosamente. ¿Y el pavimento? ¿Ha visto usted mayor pena? ¿Qué bárbaro
habrá arrancado los azulejos? Aún se ven cinco en este rincón que pregonan el
mérito de sus perdidos compañeros.
-
¿Eran
de mérito? –preguntó don Clímaco, que llegaba con la llave.
-
Cualquier
cosa hubiera dado yo por ellos.
-
¡Quién
lo supiera! Diez y ocho años hace que los arranqué para renovar el piso de la
iglesia. Lo menos ocho cargas tuve que sacar con los escombros.
-
¿Y
qué hizo usted de ellas, don Clímaco?
-
¿Qué
hice? Las tiré a la cerrada.
-
¡Ocho
cargas de azulejos árabes! –exclamó dolorido don Manuel.
-
¿Pero
tanto valían? –interrogó arrepentido el capellán.
-
¡Querido
don Clímaco, es usted un animal!
Don Clímaco se
mordió los labios y abrió la puerta.
-
¡Y
esto han hecho con tan linda joya! –volvió a exclamar don Manuel moviendo la
cabeza en torno-. Baldosas blancas en vez de azulejos; muros enjabelgados
llenos de estúpidas inscripciones y feos exvotos en lugar de los prodigios que
sobre la piedra bordó el artista; un confesionario de pino frente a otro
confesionario de roble que hace cinco siglos esculpió con devota inspiración
algún desconocido maestro de la talla… ¡Horrible, abominable!...[3]
3.- TÚNEL DE LA CUEVA DEL AGUA.
A principios del siglo XX debió abrirse el túnel por
el que actualmente se accede a la Cueva del Agua. Ciges recoge ese hecho en “La
Romería” (capítulos VIII y X):
¿Y
la Gruta del Agua?... He oído que han abierto un túnel para llegar más
fácilmente a ella…[4]
Abierto
en alta roca veíase un gran agujero negro que daba paso a la Gruta del Agua.
Antes se llegaba a ella rodeando la gran peña y deslizándose al borde peligroso
de un abismo. Así eran muy pocos los que osaban contemplar el interior
espectáculo. La cofradía de la Virgen dispuso años pasados perforar la gran
mole, y por escasez de dinero no pudo hacerse tan elevado el túnel, que una
persona pasase holgadamente. Para surtir de riego a un campo vecino lanzaron
luego las aguas por la negra abertura, y los que visitaban la gruta tenían que
deslizarse entre las tinieblas, apoyando cuidadosamente los pies en la doble
fila de piedras colocadas a lo largo de las paredes.[5]
4.- DESPEDIDA DE LA VIRGEN Y CRUZ DEL HUMILLADERO.
Al inicio de “La Romería” Ciges describe la
despedida de la Virgen de Tíscar a primeros de septiembre y recoge una
tradición que hoy se mantiene:
…
de los balcones caen rosas deshojadas que llevan el rocío de las lágrimas.
Más adelante hace referencia a la Cruz del
Humilladero, última parada en el pueblo de la procesión de despedida de la
Virgen, que evidentemente no es la cruz actual, sino la original de mármol a la
que hice referencia en otra entrada de este blog.[6]
En la sesión plenaria de 30 de diciembre de 1900, «en el deseo de conmemorar la entrada del
siglo XX, cual corresponde hacerlo a todos los pueblos cultos, … se acordó
levantar un monumento que sirva en lo sucesivo para recibir y despedir a
Nuestra Excelsa Patrona la Santísima Virgen de Tíscar en el sitio que nombran
“el Visillo”, en la carretera que desde esta villa conduce al santuario de
Nuestra Señora, distante un medio kilómetro de la población, sitio que en lo
sucesivo se denominará “El Humilladero”». El concejal Don Manuel Antonio de
Alcalá y Menezo donó entonces una “bonita cruz de mármol para colocarla en el
monumento”.
A esa cruz original se refiere Ciges:
La
procesión se detiene ante una cruz marmórea erguida a la izquierda del camino…
5.- EL FERROCARRIL. LA ESTACIÓN DE QUESADA.
A mediados de siglo se vivía una auténtica “burbuja”
financiera alimentada por la construcción de ferrocarriles, que se veía como la
solución a todos los males y como un negocio redondo, tanto que hasta en
Quesada se quiso participar durante la segunda mitad del XIX invirtiendo
importantes cantidades, vendiendo traviesas y cediendo terrenos.
Pero el trazado de la vía férrea quedó alejado del
pueblo. Ya el 25 de mayo de 1890, y a iniciativa del Alcalde de Cazorla, el Ayuntamiento
de Quesada acuerda nombrar una comisión que se reúna en Peal de Becerro, “como punto céntrico del partido”, para
estudiar los perjuicios derivados del trazado del ferrocarril, previsto por la
margen derecha del río Guadiana Menor, “por
la larga distancia que separa a las poblaciones de importancia de esta zona”.
El 1 de noviembre de 1895 se abre al tráfico
comercial el tramo entre Linares-Baeza y Quesada. Desde que en agosto de 1898
se inauguró el tramo Huesa-Larva y hasta que el 1 de septiembre de 1899 se
inauguró el viaducto del Salado, la línea no tenía continuidad y se hacía
trasbordo entre Larva y Quesada.
El 15 de noviembre de 1896, el Ayuntamiento de
Quesada ya se interesa en la construcción de un camino que comunique la ciudad
con la estación de Quesada, pero la construcción de esa carretera se hará
esperar. En 1.933 aún no estaba terminada; se libraron entonces para su
construcción 33.477,45 pts.
Ciges se hace eco de toda esta situación en
“Villavieja”:
Mosiú
(nombre
ficticio del propio Ciges) se estremeció
de enojo y su sentido europeo renació al punto… Miró severo a don Luis
(Luis Obregón, nombre ficticio de Ángel Alcalá Menezo):
-
Así
son ustedes -le dijo- … Más de un cuarto de siglo han estado suspirando por el
ferrocarril, que transportaría a buen mercado los frutos de estas huertas y
multiplicaría sus riquezas, y no han tenido un movimiento de protesta al ver
que trazaban la vía a veintidós kilómetros de distancia.
Don Luis se
mordió el labio y el sargento se encargó de responder:
-
¿Y
qué podíamos hacer nosotros? Dos títulos poderosos, el marqués de Riabaja y el
duque de Fesno[7]
tienen grandes dehesas en la región, y se entendieron con la compañía para que
acercase el ferrocarril a sus posesiones y duplicar su valor.[8]
Durante
la cuestión del ferrocarril, don Dámaso (Dámaso Espino,
cacique local, nombre ficticio inspirado en la figura de Laureano Delgado, que
llegó a Magistrado del Tribunal Supremo) enmudeció
en la Cámara, y lejos de estimular la protesta de los pueblos, su consejo pesó
como arena húmeda para apagar los incipientes fuegos populares. Díjose -y ni
sus amigos lo dudaron en su fuero interno- que él fue uno de los padres de la
patria captados por la Compañía y los dos omnipotentes aristócratas, que con la
desviación de la línea triplicaron el valor de sus latifundios. Aunque el dicho
hubiera sido erróneo, no lo fue que algunos meses más tarde le nombrasen
abogado defensor de la Compañía.
…Después
de haber jurado no ocuparse ya en política ni en cosa que se le pareciera…
obtuvo del ministro de Fomento que desviase el recto trazado de la carretera
que había de unir a Villavieja con la estación de ferrocarril, para que tocase
en su propiedad. A un kilómetro de la población, el nuevo camino se quebraba
bruscamente, describiendo una gran curva y remontaba a veintiocho los veintidós
de recorrido. La gente, pues, solo pudo utilizar ese primer kilómetro de
carretera, y abandonándola en seguida, recorrer los restantes por el viejo
carril lleno de baches y altibajos o por las sendas que al través de montes y
llanadas conducían en línea recta a la estación. Gracias, pues, al cacique la
vía férrea se quedó primero a cinco leguas del poblado, y ahora se hacía
inservible para la comunidad una dispendiosa carretera que solo a él
aprovechaba.[9]
6.- EXPLOTACIONES MINERAS.
En 1844, Andalucía producía el 85% del hierro colado
de España. Durante el año 1900 debió de producirse en la provincia de Jaén una
especie de fiebre minera. Son numerosas las solicitudes que se presentan ante
el Ayuntamiento de Quesada para hacer prospecciones mineras de hierro en la
Dehesa del Guadiana, concretamente en los lugares denominados Pico del Águila,
Baños de Saturnino y Cerro Almagrero, donde se sitúan las minas denominadas “Mi
Fernanda”, “Juanita” y “Carmen y Rosa”; en el Cerro de los Alacranes (mina
“Santos Varones”); en el Cerro de las Hermosillas (minas “El Cerrojo” y “La
Casualidad”), y en la Peña del Cambrón. Dichas prospecciones no debieron de
tener mucho éxito, pues actualmente no se observan restos visibles de las
citadas minas.
Ciges[10]
pone en boca del cacique local D. Luis Obregón las posibilidades que ofrecían
las explotaciones mineras si se conseguía construir “un tren eléctrico que
pudiera transportar personas y grandes pesos”:
¿Han
olvidado que por todas partes nos rodean riquezas inexplotadas? ¿No poseemos
tesoros ocultos y visibles, pero inertes e infecundos por falta de
comunicaciones?
…
¿Por qué no se explotan las ricas minas que hay en nuestra dehesa? ¿Es que el
mineral de plomo no se encuentra casi a flor de tierra en la del Estado? ¿Quién
no está harto de repetir que las dificultades del arrastre tiene improductivos
esos ricos yacimientos?
7.- APROVECHAMIENTOS FORESTALES Y POZOS DE LA NIEVE.
CONFLICTOS ENTRE VECINOS DE QUESADA E INGENIEROS DE MONTES.
Los aprovechamientos forestales de los montes de
propiedad municipal (Poyo de santo Domingo y cerros del Caballo y la Magdalena)
o del Estado se regulaban por el Ayuntamiento cada año y suponían un
interesante beneficio para los vecinos y para las arcas municipales. A efectos
de presupuesto municipal, el esparto de la Dehesa tuvo siempre una importancia
capital hasta la irrupción de las fibras sintéticas.
En ocasiones, el Ayuntamiento se vio obligado a
recurrir al Gobernador Civil para evitar que el Cuerpo de Montes sacara a
subasta los pastos a los que los vecinos tenían derecho de forma gratuita o que
la Guardia Civil presentara denuncias por el ganado que pastaba en los montes.
Así lo hizo en sesión extraordinaria celebrada a tal fin el 28 de octubre de
1844 en atención a “los títulos que este
pueblo tiene para poseer y aprovechar los frutos forestales, no solo de los
terrenos que comprenden el barranco del Tizón y Cerro del Caballo, sino también
los de los demás montes de este término que se tienen como públicos, cuyos
documentos se conservan en los archivos de este municipio, así como la posesión
constante no interrumpida por nadie que viene teniendo de dichos frutos”.
Otra de las actividades económicas hoy desaparecidas
(e imposible ya debido al cambio climático) era el aprovechamiento de los “pozos
de la nieve”, es decir, el uso de la nieve acumulada en pozos y torcas de la
sierra para consumo humano en épocas de calor.
El arriendo en subasta pública de los pozos de la
nieve ya fue autorizado por el Gobernador Civil de la provincia el 5 de abril
de 1867, según consta en acuerdo plenario municipal de 14 de abril de ese año,
pero el aprovechamiento de la nieve por el vecindario de Quesada se remonta a
la Edad Media.
Ya en las “relaciones enviadas por los párrocos al
geógrafo real Tomás López en el año 1785” se dice:
“Abundan en
estas sierras fuentes de aguas muy delgadas, y ricas, y también de unas simas o
torcas muy profundas, tanto que algunas no se les ha descubierto pie o suelo.
Sirven para recoger nieve, sin más industria que la de caer en ellas, con tanta
abundancia que se forma un hielo muy duro, con el que se abastece esta villa y
otras cuatro o seis distantes de cuatro a seis leguas, sin que falte para
todas. Y algunos años se ha surtido también la ciudad de Jaén, distante once
leguas, y la de Córdoba, que está a veinte y dos”.
Debía ser un negocio lucrativo la venta de la nieve,
porque en el año 1900 aparece un conflicto de intereses entre el Ayuntamiento
de Quesada y el Cuerpo Facultativo de Montes del Estado, que se disputan el
derecho de explotación de la nieve, especialmente de la acumulada en los Poyos
de Santo Domingo.
Los conflictos entre vecinos y la Sociedad Resinera,
agravados por la corrupción política del Alcalde y el cacique locales, son
recogidos por Ciges en “Villavieja”:
También
era opinión corriente que, en el arriendo anual de los espartales de
Villavieja, don Dámaso compartía el corretaje con el alcalde; es decir, que de
las treinta mil pesetas que abonaba el arrendatario de la dehesa, en la Caja
municipal solo ingresaban veinte mil, quedando la tercera parte en provecho del
cacique y su hechura. Mayor era todavía la subvención que le suministraba la
poderosa Sociedad Resinera. Algunos la evaluaban en tres mil duros. La Resinera
devastaba la sierra Cebriana, propiedad del Estado, y humillaba cuotidianamente
a los pueblos vecinos; pero don Dámaso jamás protestó contra el vandalismo de
los ingenieros ni el abuso de sus dependientes, ni siquiera durante el período
gubernamental en que fue director general de Agricultura. Con pretexto de
querer conservar su independencia, tampoco intercedió jamás a favor de los
leñadores perseguidos por la Compañía o de los miserables rechazados a
culatazos y conducidos a la cárcel con los brazos ligados, por querer
aprovecharse de las nieves de la sierra.[11]
En plena campaña electoral, don Luis Obregón hablaba de la Resinera y de su obra criminal
e inepta.
-
El
caciquismo de sus representantes -decía- es más funesto que el político, así en
Argola (nombre figurado de Cazorla) como en los demás pueblos vecinos de la sierra. Hasta las autoridades…
les están humildemente sumisas, y gozan sin bochorno de sueldos conocidos de
todos. Gracias a esa obediencia servil, se veja a los menesterosos, que en los
tiempos de escasez suben a las montañas en busca de una poca de nieve o de
algunos palos para venderlos o calentar sus hogares. Se les había ofrecido
tolerancia al arrendar el Estado la sierra, y se les paga con palizas crueles y
llenando de ellos la cárcel de Argola. Una tentativa de alzamiento contra los
ingenieros se apaciguó fusilando a la muchedumbre, procesando a sesenta
personas y condenando a presidio a seis, entre las cuales hay un joven que se
ha demostrado no haber tenido intervención en los sucesos. Y con tanta ayuda
del Estado para defender los supuestos derechos de la Resinera, el Estado
olvida los suyos. La sierra se está despoblando. Se corta triple cantidad de
pinos que los autorizados en el contrato. Las hachas aleves, que debían
convertir sus filos contra los arrendatarios, los abaten clandestinamente de
noche para un diputado republicano que entiba con ellos sus minas. El buen
representante popular amenazó a la Sociedad con denunciar en las Cortes sus
criminales abusos si no le surtía de madera a mitad de precio. Y la repoblación
no existe: donde se corta un tronco ya no retoña, y las cumbres de los montes
van quedándose calvas como cabezas de ancianos. Se les ve rebrotar
espontáneamente por diversos puntos, pero siempre fuera de la nefasta jurisdicción
de la Resinera… Diríase que los ingenieros son jetattori, porque no tiene el árbol enemigo mayor que
ellos. A expensas de la sierra misma construyen casas y casas: en las cumbres
famosas, a lo largo de los límites, en los puntos de perspectivas magníficas.
Dicen que son para albergar a la legión de guardas. ¡Ja, ja! Entre ellas hay
preciosos hoteles bien amueblados, y creo que ni en dominios reales se vio a
guardas ignaros y brutales tan pomposamente alojados. Con la venta clandestina
de pinos se construyen esos lindos edificios que en verano acogen al juez, al
capitán de la Guardia civil, a los amigos de la Sociedad… y a los que pudieran
ser sus enemigos. Y en verano como en invierno, no es difícil encontrar a las
amantes y cocotas que, para distraer sus ocios, traen de Madrid los ingenieros.[12]
8.- CORRUPCIÓN POLÍTICA.
En el apartado precedente ya hemos podido ver cómo
Ciges Aparicio trata reiteradamente este asunto en sus novelas. Veamos algunos
ejemplos más:
En el capítulo XIV de “Villavieja”, D. Federico, el
maestro, a la vista de la furia con que se iniciaba una campaña electoral,
dice:
La
única impresión que la gente recibe ya… es que su escepticismo aumenta; pues
sabe que a los partidos solamente los diferencia el rótulo, y que don Dámaso u
Obregón, el presidente de la Resinera o no importa cuál otro, luchan todos por
intereses codiciosos y que las buenas palabras solo sirven para disfrazar la
voracidad del apetito. Si a unos y otros iluminase la luz interior de las
ideas, la pasión del combate encendería al auditorio en anhelos; pero como solo
campean por intereses inferiores, se insultan, el insulto provoca el odio, se
golpean y matan, al modo de perros por igual presa. Gritan, riñen y se
despedazan, y la muchedumbre se deleita como en circo o plaza de toros, y sin
creer que los unos valgan más que los otros. Y tienen razón; solo que los
espectadores no valen más que los actores.
…
En nuestro vislumbre de democracia conviene mimar a la multitud rindiéndole una
parte de adulación… el pueblo deja que le conduzcan mal, y nada hace para ser
conducido mejor. Ignoro si el mal procede de arriba o de abajo…, aunque
sospecho que de ambas partes. Lo que cualquiera puede observar es que la
inmoralidad está disuelta en el aire respirable, y que por igual corrompe a los
superiores y a los inferiores, a los que gobiernan y a los gobernados. Si estos
murmuran es porque no pueden mandar para hacer lo mismo… Esto quiere decir que,
para ellos, el robo es natural y como inherente al cargo público, y cada cual
quisiera estar investido del cargo para robar. Cuando a tan baja noción se
llega de las gestiones públicas, es que la masa gobernada también está
corrompida.
Los fraudes y “pucherazos” electorales eran
frecuentes. Ciges los describe así en el capítulo XXI de “Villavieja”:
Compra
de sufragios, cambio de papeletas, resurrección de muertos, «embuchados»,
avance de relojes, todos los artilugios que hacen de las elecciones españolas
un capítulo de picaresca moderna, presenció aquel día Villavieja.
9.- SITUACIÓN DE LOS JORNALEROS Y TRABAJO INFANTIL.
A principios del siglo XX, la situación del
campesinado andaluz, y más concretamente del jornalero quesadeño, era
lamentable. Ciges nos la muestra así durante la campaña de recogida de la
aceituna:
Hombres y
mujeres, viejos y niños, astrosos todos, se habían sentado en grupos bajo los
olivos para devorar su pitanza. El inventario de los comestibles hacíase en una
rápida inspección ocular. La sardina y la granada eran los únicos manjares, y
solo el trozo de pan moreno diferenciaba al hombre de la mujer y el chiquillo.
El que a las doce consumía una sardina, cambiaba de plato por la noche
aceptando una granada, y entre esta y aquella tenía que optar al día siguiente.
El gazpacho estaba reservado al verano.
Y gracias que
el año fue pingüe en aceituna para que ahora no les faltase la comida. Por
serlo obtenían los recogedores jornales de excepción. Los hombres ganaban
sesenta céntimos trabajando del alba hasta la puesta, y cuarenta las mujeres y
los niños granados que sabían afanarse como hombres. Los años de cosecha menos
próvida, cobraban cuarenta o cincuenta céntimos los adultos y veinticinco o
treinta las mujeres y chiquillos.
La recogida de
aceituna era, con la siega y trilla del estío, la época más anhelada del año.
Los niños estaban en sus glorias, porque abandonaban la escuela para ayudar a
sus padres; los padres podían ahorrar alguna cosilla de los sesenta céntimos
que tocaban al hombre o los cuarenta de ella y su prole, para pagar las deudas
acumuladas durante los negros meses transcurridos desde la siega, y comprar
alguna ropa con que sustituir los andrajos que se les caían de puro viejos.[13]
Y en el mismo capítulo recoge esta escena entre el
suizo que visita la localidad (“Mosiú”, nombre ficticio del propio autor en la
novela), una jornalera que recoge aceituna y el propietario de las tierras:
-Vivimos muriendo, señorito... ¿Se figura usted que trabajar de sol a
sol, y no llevarse a la boca más que un arenque es para estar gordos y lucidos?
Y señalando al viejo que junto a ella daba vueltas entre sus encías
desguarnecidas a una corteza de pan, interrogó a Mosiú:
-¿Cuántos años
se figura usted que tiene mi hombre, caballero?
El suizo no
creyó equivocarse de mucho.
-Quizás
sesenta y cinco.
La mujer movió
la cabeza.
-Pues no ha cumplido
cuarenta y ocho, señorito; y aquí me tiene a mí con cuarenta, que soy una vieja
llena de arrugas y para nada. A los cuarenta años somos unos viejos los pobres,
y a los cincuenta ya nos llama la tierra. Y el que pasa de esa edad, peor para
él, porque la gente tiene el corazón tan duro, que ni pidiéndole limosna hace
gracia.
... El dueño
del olivar… se volvió entonces hacia los trabajadores y les dijo malhumorado:
-¿Vais a pasar
todo el día de comida y de charla? El sol se pone presto en invierno, y no os
rendirá el trabajo.
Alguien
murmuró quedo:
-¡Para lo que
se cobra!
Pero el patrón
le había oído, y le replicó:
-¡Para lo que
se trabaja…!
La escena termina con una nueva denuncia de la
corrupción política:
… La mujer que
había hablado con Mosiú… refunfuñó
suspirando:
-
¡Anda con
Dios, que para ti es la vida! De hambre te morías, piojoso; y en los cuatro
años que tienes la vara de alcalde te has comprado con nuestro dinero casa,
olivar y huerta, que nosotros mismos te trabajamos. Otros cuatro años más, y Villavieja
será tuya, Judas traidor, que a robar nadie te gana.
10.- SITUACIÓN DE LA MUJER. ASESINATOS MACHISTAS.
En el capítulo XVIII de “Villavieja”, don Luis
Obregón intenta convencer a las mujeres de que pronto podrán conseguir un novio
con recursos si triunfa en las elecciones e industrializa el pueblo. Ciges
Aparicio utiliza esta situación para reflexionar sobre el papel reservado a la
mujer:
Como Julio
César, Obregón ponía gran celo en captarse la estima de las mujeres, que
acabaron por ser sus defensoras más adictas. Don Luis sabía que, entre los
múltiples problemas que conturban a España, hay uno del que no se habla y es el
tormento de los hogares. El rubor paternal ni siquiera osa enunciarlo; pero su
gravedad está siempre activa en el pensamiento entenebreciendo el espíritu. Ese
problema es el porvenir de la mujer, su casamiento, que entre nosotros
constituye su oficio.
… La
existencia se encarece y complica en nuestros días, las necesidades aumentan, y
el hombre no muestra mucho apego al trabajo. Aun el que trabaja apenas gana lo
necesario para sostener a una familia. La vida incierta y el temor de la
posible miseria le hacen receloso del porvenir, y cada vez se aleja más de la
mujer sin dote.
… El Estado
empieza a preocuparse de la situación de la mujer soltera abriéndole algunas
rutas; pero las fecundas ocupaciones escasean, y hasta los hombres han de
emigrar por carecer de ellas. En resumen: miedo al casamiento en la clase
media; horror no confesado de la mujer a quedarse soltera -vieja, miserable y
escarnecida con apodos- cuando le falten los padres, y, en hombres y mujeres,
temprano presentimiento del peligro, despojando al amor del aspecto
desinteresado y poético, que es su perfume a los quince años, para alimentarlo
a los veinte con razones de turbia conveniencia.
Por esa
inquietante percepción del porvenir, las mujeres eran las más entusiastas de
don Luis Obregón.
Ya en el capítulo III de su novela, Ciges había
citado un grave problema que hoy seguimos padeciendo, el de los asesinatos de
mujeres a manos de sus parejas, cuando reclamaba utilizar la violencia en caso
necesario, pero para reclamar justicia y defender un adecuado trazado del
ferrocarril. Respondía en ese momento Mosiú
a don Luis Obregón:
-
¿Ve usted?
¡Siempre el mismo absurdo! Se matan por una palabra, hasta por una simple
mirada; dan muerte a la mujer que no les quiere y se suicidan sobre su cadáver;
pero tienen miedo a exponerse en defensa del bien público. Individualmente,
todo; colectivamente, nada.
11.- HIGIENE PÚBLICA. ORDENANZAS MUNICIPALES.
En otra entrada de este mismo blog[14]
recogí las ordenanzas municipales de Quesada aprobadas en 1873. Entre ellas
figuran las relativas a la salud pública y a la limpieza (artículos 23 al 37).
A ellas debe referirse Ciges cuenta la historia de doña Mercedes “La Tambora”,
madre del párroco D. Bonifacio Gutiérrez:
Su celo de
mujer limpia llevábalo hasta no querer conservar un solo día la basura en casa.
Durante la noche, cuando el vecindario había cerrado ya sus puertas, la buena
señora la sacaba en una lata para verterla al borde de la carretera. Ni las
quejas de los vecinos ni las amonestaciones de los municipales pudieron curarla
de aquella (sic) tema. Durante la
escrupulosa alcaldía de don Leandro Obregón (hermano de D. Luis Obregón y
probablemente nombre ficticio de Manuel Antonio Alcalá y Menezo, concejal del
Ayuntamiento de Quesada en 1900), este se
propuso hacer de Villavieja una urbe europea, que no recordase en policía al
sucio aduar africano que había sido hasta entonces, y reformó las ordenanzas
municipales, divulgando en semanales bandos públicos y fijando en los sitios
más frecuentados de la población los artículos pertinentes a la higiene
pública.[15]
12.- COLEGIO DE SEGUNDA ENSEÑANZA.
Como también incluí en la citada página de este blog,
el
1 de septiembre de 1889 la Corporación acordó conceder una subvención de mil
pesetas para la instalación en Quesada de un colegio privado de segunda
enseñanza, lo que habían propuesto tres vecinos, según consta en el acta
plenaria:
«Se dio cuenta de una exposición que dirigen a
esta corporación municipal los vecinos de esta villa el Ldo. D.
Leandro Giménez Pérez, párroco de la misma (que daría nombre a la actual
Plaza de la Lonja, donde aún se conserva la placa que dice “Paseo del párroco
D. Leandro Giménez Pérez”), D. Ángel Alcalá y D. Salvador Segura
manifestando el deseo y la conveniencia de fundar en esta población un
instituto privado de segunda enseñanza y una preceptoria sucursal del Seminario
de Toledo donde se cursen con perfecta y legal validez académica todas las
asignaturas de humanidades y filosofía, a cuyo fin pidieron y obtuvieron las
autorizaciones del instituto provincial de Jaén, y de su Excmo. Rvmo. Cardenal
esperan la concesión de lo solicitado».
Como podemos observar, uno de los solicitantes era
D. Ángel Alcalá Menezo, a quien, como ya hemos señalado, Ciges Aparicio llama
D. Luis Obregón en su novela “Villavieja”.
En el capítulo IX, el novelista incluye el proyecto
de creación del colegio como iniciativa de D. Luis Obregón para apoyar sus
aspiraciones políticas. En conversación con don Federico, el maestro, y con Mosiú
(es decir, el propio Ciges, que de hecho expone de este modo su
propias ideas reformistas y progresistas sobre la educación y su importancia en
el progreso social y económico), les dijo:
Es
necesario que empecemos a fomentar la cultura. ¿No les parece a ustedes? Vamos,
pues, a fundar un colegio de segunda enseñanza.
El maestro se mostró escéptico:
Se
cansarán pronto…, y aun dudo de que no se cansen antes de empezar el curso. En
Villavieja no hay ambiente cultural, y hasta sospecho que la cultura todavía no
constituye una necesidad. Vean ustedes lo que me ocurre a mí. Estamos a diez y
ocho de diciembre y hace quince días que declaré a la fuerza las vacaciones de
Navidad por falta de alumnos. Los pobres retiraron a sus hijos hace un mes,
cuando empezó la recogida de la aceituna, y al ver las clases desiertas, los
otros fueron dejando de asistir… Mientras los padres necesiten de ellos para
ganar algunas monedas más, los hijos faltarán a la escuela.
…
Don Luis Obregón no oía a sus dos compañeros, ocupado en madurar el proyecto.
También sospechaba él que su plan no prevalecería, o que su existencia sería
efímera, pero conociendo la nerviosa impresionabilidad de los villavejenses,
tampoco dudaba de su momentáneo éxito. Sus convecinos se entusiasmarían de
pronto, y toda la clase media y superior, hasta sus propios adversarios,
querrían enviar a sus hijos al colegio… Durante ese período de novedad y
entusiasmo, él recibiría loores por su fecunda iniciativa, y como la crisis
ministerial era inminente, no dejaría de ganar prosélitos.
13.- CRIPTA FUNERARIA JUNTO A LA IGLESIA.
Obregón inició inmediatamente la construcción del
colegio “al lado de la iglesia, en un viejo y destartalado caserón que D.
Luis recibió en herencia”.
Es probable que esa casa adyacente a la iglesia (si
es que la historia es real y no pura ficción) fuese la misma o estuviese muy
próxima a la que en 1885 el párroco reclamó al Ayuntamiento, situada donde hoy
está el espacio público del Mirador de la Baranda.
En la novela (“Villavieja”) se dice que “la
casa, adyacente a la iglesia, la habían fundado hacía siglo y medio sobre el
cementerio de esta”.
En cualquier caso, y siempre según la novela,
durante la realización de las obras de construcción del colegio, don Luis Obregón
encontró bajo el suelo una cripta funeraria con numerosos féretros y las momias
de un hombre y una mujer bien conservadas; tal descubrimiento lo enfrentó con
el párroco, ya que ambos se disputaban la propiedad del hallazgo.
14.-
HUERTAS Y REGADÍO. ABONOS Y MAQUINARIA AGRÍCOLA.
La especial relevancia que en Quesada tenían los
cultivos de huerta queda claramente de manifiesto en el artículo 120 de las
Ordenanzas Municipales de 1873, donde se especifica que “en los olivares que tengan riego no se invertirá el agua más que en el
invierno y épocas en que no la necesiten las huertas”.
En las respuestas de Quesada al “Interrogatorio de
población, agricultura y artes y oficios” realizado por el gobierno en 1802
encontramos algunos datos sobre los usos agrícolas del momento. A la pregunta
de “si los labradores conocen, además del
estiércol, otros abonos, si los usan y los tienen a mano” la respuesta es:
“no más que el estiércol”.
Y a la pregunta “si
la labor se hace con bueyes o mulas o solo de azada, esto es, a fuerza de brazo”
se responde: “con bueyes, mulas, asnal y
azada”.
Respecto a los regadíos, el citado interrogatorio
pregunta “qué máquinas hidráulicas se
usan para elevar las aguas para el riego de las tierras y qué número hay de
dichas máquinas”. Quesada responde que hay solo una, en Chíllar. Ello
significa que en las proximidades del pueblo las huertas utilizaban canales de
riego por los que las aguas fluían desde los ríos aprovechando los desniveles
del terreno. La grúa, cigüeña o cigoñal de Chíllar ya se cita en el Catastro de
Ensenada (1754), y se la debía de valorar mucho porque es una de las pocas
cosas que se resaltan en el croquis del término.
También de estos temas se ocupa Ciges en
“Villavieja”. En el capítulo XIII figura el proyecto que D. Luis Obregón
defendía de canalizar el río Gualdavia (Guadiana Menor), que “surcaba la zona llana de Villavieja y de
diecisiete pueblos más abajo”, para transformar “en fértiles terrenos de regadío muchas leguas incultas o de
insuficiente producción”.
Ante tal proyecto, D. Ambrosio, el doctor, le objeta:
Tenemos
ya terrenos de regadío: son muy pocos los que los estiman y ninguno sabe
obtener de ellos el provecho merecido…
A lo que D. Luis responde:
Lo
sé de sobra, doctor; pero también me explico que la gente no se entusiasme con
ellos. Casi todos son huertas y árboles frutales. Como la abundancia de sus
frutos supera a las necesidades de Villavieja, nadie los estima ni vales gran
cosa. El excedente de esos productos tendríamos que enviarlo a otros mercados
para hacerlos remuneradores; pero antes carecíamos de ferrocarril que los
transportase pronto y en buen estado, y ahora nos lo han dejado tan distante,
que el envío en caballerías hasta la estación vale más que ellos…
…
Pues bien; como no se trata solo de Villavieja, sino de una extensa y feraz
comarca transformada por el río y el cultivo intensivo, ya no es en España,
sino lejos de ella, en París, en Londres y en Nueva York, donde podríamos
imponer los frutos de nuestra tierra. El mar no está lejos. ¿Y recuerda usted
el alentador ensayo que con los higos de nuestras huertas hizo mi hermano
Leandro? En París les dieron el segundo lugar, después de los de Esmirna y al
lado de los mejores marselleses.[16]
El proyecto de Obregón tuvo muy poca acogida, por lo
que Mosiú (es decir, Ciges) y el
maestro conversan al respecto. El suizo dice:
Yo
no acabo de comprender este país. Unas veces me figuro que está poblado de
tontos, otras me parece que los tontos se pasan de listos, y casi siempre me
produce la impresión de una humanidad alocada, que corre sin saber por qué, y
en mitad de la carrera se para en seco. Un médico de pueblos quizás reconocería
en Villavieja alguna enfermedad fundamental.
A lo que el maestro responde:
Usted
mismo ha estado a punto de diagnosticarla al hablar de la falta de
perseverancia de don Luis, de la cual participan los demás, que buscan siempre
a un hombre, el hombre-providencia, para realizar lo que la voluntad colectiva
no es capaz. La enfermedad de Villavieja se llama abulia.
En los capítulos IV y V de “Villavieja”, Mosiú (es decir, el propio Ciges)
analiza la situación de la agricultura en Villavieja y plantea iniciativas de
modernización similares a las que D. Leandro Obregón había observado en “una
vasta población agrícola de Extremadura donde conservaba algunas propiedades”.[17]
Dice Mosiú al
alcalde en el capítulo IV:
Carecen
ustedes de industrias; el comercio es rudimentario, y solo la tierra constituye
su único bien. En ella, pues, debieran de cifrar su amor. ¡Y cómo la tratan! A
la tierra le piden todo y nada quieren devolverle. De su seno paridor reciben
los frutos para pagar a los jornaleros y vivir ustedes en la holganza. Harta de
producir, la infeliz se cansa y extenúa, y entonces reniegan de su esterilidad.
Ya empiezan a preferir los terrenos de secano, porque las huertas rinden cada
año menos y no compensan proporcionalmente la diferencia de precio. ¡Es
natural! El agua las hace parir mucho, y por eso mismo las esquilma mucho más.
Solo ustedes fingen ignorar ese fenómeno. Para que siguiese produciendo,
tendrían que renutrirla con activos abonos, y solo les ofrecen el insuficiente
que almacenan gratis en sus cuadras. Ese apenas podría abonar una tercera parte
de la zona regable, y para el resto debieran de solicitar el concurso de la
química. -«Cuesta caro»- dicen siempre. Por serlo y no acudir al alimento
industrial, la agricultura se les anemiza como las personas, los campos
producen poco y ustedes se sumen en la ruina… Retírense del Casino y acérquense
a la tierra.
En el capítulo V se nos hace saber lo ocurrido en el
pueblo de Extremadura citado:
…
por primera vez en la dilatada existencia del pueblo llega a la tierra
extenuada el socorro del abono químico… Y por primera vez se advierte que
nuestro viejo arado ya no satisface las modernas necesidades, y aparece el de
vertedera, que llega de las fábricas belgas. Y, como existiendo la necesidad
dicen que el órgano no tarda en aparecer, un herrero hábil imita las nuevas
máquinas, las perfecciona y abarata en el pueblo mismo, que ya no necesita
surtirse del extranjero… Y el propietario, pagando tres o cuatro veces más a
los siervos de hace quince años, ha visto aumentar sus cosechas y acrecentar su
capital.
[1] Fuente: Nota
preliminar a “Villavieja” incluida en el II volumen de las novelas de Manuel
Ciges Aparicio publicadas por la Conselleria de Cultura, Educació i Ciència de
la Generalitat Valenciana en 1986.
[2] “La Venganza”.
Primera parte.
[3] “La Romería”.
Capítulo II.
[4] “La Romería”.
Capítulo VIII.
[5] “La Romería”.
Capítulo X.
[6] “Quesada en el
siglo XIX”.
[7] Ignoro quiénes
son los personajes reales a quienes se pueda referir el autor con estos títulos
nobiliarios, pero recuerdo que, siendo niño, escuché contar en el cortijo de
Los Propios que los propietarios de aquel latifundio habían conseguido de Renfe
que el talgo Madrid – Granada parase obligatoriamente en la estación de Los
Propios – Cazorla, próxima al cortijo, para poder desplazarse ellos cómodamente
desde Madrid.
[8] “Villavieja”.
Capítulo III.
[9] “Villavieja”.
Capítulo VII.
[10] “Villavieja”.
Capítulo XVII.
[11] “Villavieja”.
Capítulo VII.
[12] “Villavieja”.
Capítulo XIV.
[13] “Villavieja”.
Capítulo IV.
[14] “Quesada en el
siglo XIX”.
[15] “Villavieja”.
Capítulo X.
[16] Este dato parece
tener una base histórica. Al parecer, en la exposición universal de París de
1889, los higos secos de Quesada obtuvieron un segundo premio.
[17] Probablemente
Azuaga (Badajoz). Ciges Aparicio residió allí entre 1878 y 1890 y regresó en la
primavera de 1903. (Fuente: nota 23 de “Villavieja”, en el II volumen de las
novelas de Manuel Ciges Aparicio publicadas por la Conselleria de Cultura,
Educació i Ciència de la Generalitat Valenciana en 1986).
Te estás convirtiendo en el principal divulgador de la obra de Ciges Aparicio, escritor que conocí gracias a ti y que rápidamente te atrapa con su obra crítica llena de excelentes diálogos y relatos literarios. Corrupción política, asesinatos machistas, situación crítica del jornalero, costumbrismo irracional... Que venga Dios y vea si la obra de Ciges ha envejecido con el paso del tiempo. ¡Enhorabuena, Luis, por tu nueva publicación!
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