El artista quizá sienta temor a la militancia
activa, porque le puede suponer alguna pérdida de su libertad. Pero hay otra
militancia sin carnet, la del saber que pueden contar contigo en cualquier
momento. (José
Caballero)
Tras finalizar la II
Guerra Mundial, el régimen de Franco pretendía dar una imagen, hacia dentro y
hacia fuera, de estabilidad, paz y progreso. El arte de vanguardia no escapó a
esa iniciativa propagandística oficial, sino que tuvo un importante papel en
ella.
Con la finalidad de
proyectar esa imagen hacia el exterior se creó en diciembre de 1945 el
Instituto de Cultura Hispánica (ICH), dependiente de la Dirección General de
Relaciones Culturales (DGRC), que tenía como misión «dar amplio cauce a la
expansión de la cultura española en el extranjero» (1).
Durante la dictadura
del general Franco, España, aislada internacionalmente, tomó resueltamente la
cultura como arma de Estado; el aparato de propaganda cultural del régimen hizo
suyo el arte de vanguardia, intentando neutralizar de esa forma sus propuestas
y mensajes; la vanguardia española aceptó como propios a los organismos
oficiales como medio necesario y casi único para asegurarse recursos,
visibilidad y proyección internacional.
Fue esta una alianza
derivada de la propia práctica política del franquismo, sin la cual sería
imposible comprender cómo artistas manifiestamente antifranquistas se dejaron
utilizar por el régimen y se aprovecharon de sus iniciativas (2). Sin esta premisa,
tampoco podríamos comprender el verdadero significado de la trayectoria vital y
artística de Rafael Zabaleta.
El proceso por el que
el régimen fue adquiriendo conciencia de la importancia de la cultura de
vanguardia como vehículo de propaganda e imagen se inició en la posguerra
española con Eugenio D’Ors y su Academia Breve de Crítica de Arte, a la que tan
vinculado estuvo Rafael Zabaleta. Otro hito relevante en ese proceso de
vinculación entre el franquismo y la vanguardia artística fue la creación de la
Escuela de Altamira (Santander, 1949), que en 1953 dio paso al Primer Congreso
de Arte Abstracto de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, al que
Zabaleta asistió con gran interés, un proyecto financiado y controlado por
Manuel Fraga Iribarne que de hecho supuso el reconocimiento oficial del arte
abstracto (3).
En ese contexto histórico
hay que enmarcar las exposiciones de pintura española que las direcciones
generales de Bellas Artes y de Relaciones Culturales fueron organizando
respectivamente dentro y fuera de España.
Las primeras muestras
organizadas tímidamente en el extranjero desde instancias oficiales fueron la
Exposición de Arte Español de Buenos Aires (1947), en la que Rafael Zabaleta
expuso cinco óleos, y la de El Cairo (1950).
Pero la primera gran experiencia
en la producción de importantes exposiciones de arte organizadas por el ICH fue
la I Bienal Hispanoamericana de Arte (Madrid, 1951), inaugurada por Francisco
Franco el 12 de octubre, día de la Hispanidad y año de conmemoración del quinto
centenario del nacimiento de Isabel la Católica y de Cristóbal Colón, datos
estos que muestran con claridad el sentido imperialista y paternalista con que
el régimen concebía sus relaciones con Hispanoamérica. De hecho, el decreto de
fundación del Consejo de la Hispanidad (antecedente del ICH) señalaba en
noviembre de 1940: «España […] sólo desea devolver a la Hispanidad su
conciencia unitaria y estar presente en América con viva presencia de
inteligencia y amor, las dos altas virtudes que presidieron siempre nuestra
obra de expansión en el mundo, como ordenó en su día el amoroso espíritu de la
Reina Católica».
Como señala Jorge Luis
Marzo (4), «Toda esta gran orquesta propagandística no pasó para nada desapercibida
en los círculos de los artistas exiliados y entre muchos artistas de la mayoría
de los países latinoamericanos invitados a participar en la Bienal. […] se
producirá una gran movilización internacional para intentar que los gobiernos
no aportasen obras. Y en muchos casos, se conseguirá. Varias contrabienales se
inaugurarán en América, así como en París. Los coordinadores de esta última
(Picasso, Baltasar Lobo, Arturo Serrano Plaja y Antonio Aparicio) firmarán un
manifiesto a finales de octubre de 1951 […] Dice el manifiesto, entre otras
cosas: “[…] Teniendo en cuenta la situación del régimen franquista, el propósito
de tal ‘actividad’ del Instituto de Cultura Hispánica parece evidente: por una
parte, y para contrapesar ‘idealmente’ la espantosa miseria que en la
actualidad sufre el pueblo español, intentar oponer a tal realidad de miseria
la fanfarronada ‘imperial’. De otra parte, una intención, también evidente, de
‘atraer’ a los artistas de habla española y de darse pretexto para acercarse
‘culturalmente’ a los Estados Unidos. […] Queremos advertir a los artistas de
los diferentes países de América acerca del verdadero contenido de tal
invitación, el cual no es otro que el de una invitación a colaborar con el
franquismo […] Acudir a España, aceptar tal invitación oficial es asumir la
responsabilidad moral de colaborar con un régimen que la opinión mundial ha
condenado y condena. Nadie puede ignorarlo. Ningún motivo de orden personal
puede prevalecer ante tal realidad”.» (5)
Es, pues, evidente que
la oposición democrática al franquismo, encabezada por el Partido Comunista de
España, era consciente de la maniobra propagandística oficial, que le irritaba
profundamente. Probablemente por eso a la Dirección General de Relaciones
Culturales en principio no le interesó París, que debía considerar un “nido” de
republicanos y comunistas. Además, París representaba a la Europa que había
cerrado las puertas a la España de Franco.
Rafael Zabaleta, que en
la primavera de 1949 había hecho su segunda visita a la capital francesa y se
había reunido allí -entre otros muchos exiliados- con algunos de los firmantes
del manifiesto antes citado (Picasso y Baltasar Lobo), sí participó en la I
Bienal Hispanoamericana, en la que obtuvo el premio Condado de San Jorge (6), y en
las siguientes (La Habana 1953 y Barcelona 1955, en la que obtuvo el premio de
la UNESCO), así como en otras exposiciones organizadas desde la oficialidad,
como ahora veremos.
En 1956 se celebró una
exposición colectiva en Londres (Arts Council Gallery, de 11 de mayo a 9 de
junio), que luego pasó a otras ciudades británicas (Glasgow y Sheffield). La
muestra, titulada “Some Twentieth Century Spanish Paintings”, fue organizada
por el “Arts Council of Great Britain” (el organismo público dedicado desde 1946 a la promoción de las
bellas artes en Gran Bretaña) y exhibió 79 obras de 31 pintores españoles. La
colaboración por parte española corrió naturalmente a cargo de la Dirección General de Relaciones
Culturales.
Portada del catálogo de la exposición "Some Twentieth Century Spanish Paintings" y cabecera de un artículo publicado por G. S. Whittet en la revista especializada "The Studio" (octubre de 1956).
Rafael Zabaleta
seleccionó para la ocasión tres de sus óleos, titulados en el catálogo
“Nocturne”, “Peasant” y “The butcher” (“Nocturno de las mujeres”, de 1955, “El
campesino y la niña”, de 1953, y “El matarife”, de 1951).
La prensa española de
la época se hizo amplio eco del acontecimiento. El 17 de mayo, ABC incluía en
su página 49 la siguiente crónica de su corresponsal en Londres (Jacinto
Miquelarena): “El señor Martín Herrero, consejero cultural de la Embajada de
España, ofreció hoy un almuerzo a un grupo destacado de críticos de arte y
directores de Museos de Londres, con motivo de la apertura de la Exposición de
pintura española contemporánea. Presidida por el Embajador, duque de Primo de
Rivera, la reunión demostró el interés que la Exposición, cada día más
concurrida, ha despertado en Londres”.
Otra gran exposición de
similares características, titulada “Vinte anos de pintura espanhola
contemporânea”, se inauguró en Lisboa (Palacio Foz) el 4 de abril de 1959 (7). Posteriormente
se trasladó a Oporto. Se exhibieron en ella un total de 260 obras, incluidos
los seis óleos de Ignacio Zuloaga, que ocupaban la sala de honor, y dos óleos
de Rafael Zabaleta (“El matarife”, de 1951, e “Interior”, de 1957). (8)
Portada del catálogo en castellano de la exposición de Lisboa |
La exposición de Lisboa
fue inaugurada por el Jefe del Estado portugués, almirante Américo Tomás, en
presencia de numerosas autoridades portuguesas y españolas. Y como prólogo, dos
días antes, el Subsecretario de Educación español, José Maldonado y Fernández
del Torco, pronunció en la embajada una conferencia sobre “la nueva Universidad
española” e inauguró en la sede diplomática una sala de exposiciones y
conferencias que luego sería escenario de un curso titulado “Panorama de la
cultura española”.
Al mes siguiente, el 14
de mayo de 1959, el Alcalde de Madrid, Conde de Mayalde, visitó la Cámara
Municipal de Lisboa y entregó a su presidente, brigadeiro França Borges, la
medalla de oro de la capital de España y el óleo de Zabaleta “Cuervos y paisaje
de invierno” (9).
Rafael Zabaleta: "Cuervos y paisaje de invierno" (1958) |
Evidentemente, todo
ello seguía formando parte de la gran operación de propaganda oficial.
Pero ese mismo año, coincidiendo con el vigésimo aniversario del final de
la guerra civil, el P.C.E., en el marco de su política de reconciliación
nacional y de su interés en atraer a intelectuales y artistas a la causa
antifranquista, organizó un homenaje a Antonio Machado ante su tumba de
Collioure (Francia) y promovió
movilizaciones encaminadas a conseguir la amnistía general y la libertad de
todos los presos políticos.
Pues bien, Rafael Zabaleta fue invitado al acto de Collioure
y figura entre los firmantes de la convocatoria al homenaje que se celebró en
Segovia (al que asistió) para aquellos españoles que no pudieron desplazarse a
Francia.
Asimismo, en abril de 1959 (al tiempo que se
inauguraba la exposición de Lisboa), Zabaleta firmó una carta colectiva de los
artistas plásticos dirigida al Ministro de Justicia en la que solicitaban la
amnistía general y la libertad de todos los presos políticos.
Estos datos corroboran el grado de compromiso, ya
público, del pintor en aquellas fechas. Puede parecer contradictoria su
participación en exposiciones propagandísticas “oficiales” al tiempo que se
arriesgaba públicamente en actos y manifiestos netamente antifranquistas; para
entender esa aparente contradicción, hay que situarse en aquel momento, muy diferente
al actual. Sin duda Zabaleta debía debatirse entre la necesidad de dar a
conocer su obra en el extranjero por los medios posibles y su evidente
vinculación con la oposición democrática.
Una incoherencia similar, por otra parte, podríamos
señalar en la política artística oficial. Sin duda, las direcciones generales
encargadas de transmitir una imagen de paz y progreso se vieron obligadas a
contar con las obras de artistas que en absoluto coincidían con su ideario,
pero de las que no podían prescindir (véase nota 2).
El pintor José
Caballero, refiriéndose especialmente al arte abstracto, escribiría más tarde:
«Durante los cuarenta años de la dictadura del franquismo, la pintura
inconformista se sitúa en una ilegalidad, […] pero, paradójicamente, el Régimen
que no lo entendió nunca (el arte abstracto) […], decidió apoyarlo y hasta
promoverlo de la manera más estúpida por su parte. […] El Régimen, sin ninguna
preparación intelectual, la aceptó (la pintura abstracta), porque aparentemente
no le atacaba y le servía para, de una falsa manera, dar una versión más libre
de ellos mismos al exterior» (10).
En 1964, tras la muerte de Rafael Zabaleta
(1960), y al cumplirse 25 años del final de la Guerra Civil, el franquismo puso
en marcha, cara al interior, otra gran operación de imagen organizada por una
junta interministerial coordinada por Carlos Robles Piquer; su objetivo era
mostrar al dictador, no como el vencedor de la contienda, sino como el garante
de la paz, mediante un amplísimo programa de actos que se denominó “XXV Años de
Paz”.
Dentro de ese programa,
la Dirección General de Bellas Artes organizó la exposición titulada
“Veinticinco Años de Arte Español”, que se mostraría en los palacios del Retiro
(Madrid) durante los meses de octubre y noviembre de 1964. A tal efecto, el
Director General, Gratiniano Nieto, se dirigió a los más prestigiosos artistas
plásticos españoles para solicitar dos obras de cada uno de ellos.
Pero en 1964 algunas
cosas estaban cambiando en este país, y numerosos pintores y escultores no quisieron
responder a la llamada de la Dirección General de Bellas Artes, negándose así a
colaborar en la maniobra propagandística del Régimen.
Sí se colgaron en
aquella exposición dos obras de Rafael Zabaleta, que había fallecido cuatro
años antes (“Campesino” y “Aceituneras”).
El diario ABC publicó
el 29 de octubre (págs. 24-25) una crítica firmada por Antonio Manuel Campoy en
la que enumeraba las «ausencias más sensibles» observadas en la exposición,
naturalmente sin analizar la causa de tan “inconcebibles” ausencias, y añadía:
…
donde las ausencias son más sensibles es en la pintura. […] y eso que la
mayoría de ellos (los pintores que enumera) están representados en varios de nuestros
museos oficiales, de los que podrían haberse sacado […] para una más amplia y
mejor comprensión del arte español contemporáneo.
Pero, claro, es que no
se trataba realmente de conseguir “una amplia y mejor comprensión del arte
español contemporáneo”, sino de celebrar los “Veinticinco Años de Paz” (de ahí
el título de la exposición), con todo lo que ello conllevaba.
En su discurso de
clausura (16 de noviembre de 1964), Manuel Fraga Iribarne, Ministro de
Información y Turismo, lamentó las “ausencias”, que debieron suponer un molesto
y duro revés para el gobierno, y señaló: «Efectivamente, hay algunas ausencias
que lamentar; pero, si bien no están todos los que son, sí son todos los que
están».
En el número 4 de
“Realidad. Revista bimestral de cultura y política”, publicada en Roma y
dirigida por Vincenzo Bianco (11), apareció (págs. 121–124) una “Nota sobre la
exposición de los 25 años”. La nota aparecía sin firma, pero evidentemente El
Partido Comunista de España daba a conocer a través de ella su valoración de la
muestra, concretando los nombres de los pintores y escultores vivos «que no han
asistido» y analizando las causas de tales ausencias:
Los
que han acudido a ese Symposion en el que todos los vinos se han mezclado -los
de Fraga, los de la «paz franquista» y los del «balance plástico»- seguramente
pueden ser encuadrados en varias rúbricas: los colaboradores (expresión de don
Gratiniano), los que no sabían, los que consideran que ni el Arte ni el Tiempo
(25 años) tienen una dimensión política. En general han acudido en la
ambigüedad; en unos casos, quizá no muy valiente; en otros, quizá no muy
consciente. Probablemente muchos de ellos, ante lo sucedido, reflexionan ahora.
En
la múltiple diversidad de los que no han asistido aparece un rasgo general y en
muchos casos ostensible: que han dicho no a la maniobra.
Esta
descubre la textura de otras maniobras que acechan. La reacción se propone
«echarle agua al vino», absorber el pasado, absorber el presente, fagocitar.
Pero no solamente
señalaba eso la nota publicada en “Realidad”. También se refería a los artistas
ya fallecidos en aquella fecha y representados en la exposición, entre ellos
Rafael Zabaleta. Este dato es muy significativo. La nota decía con
contundencia:
Violadores
de tumbas. Esa es la realidad. Porque ¿cómo si no meter en el saco de una
maniobra propagandística, que trata de ocultar las lacras del presente, a
hombres como Ricardo Baroja, Eduardo Chicharro, Pascual de Lara, Solana, Zabaleta, etc.?
Una vez más comprobamos
cómo el P.C.E. reivindicaba la figura de Rafael Zabaleta, su “arte
comprometido”. Ya lo había hecho incluyendo obras suyas en la exposición
titulada “Peintres Contemporains d’Espagne”, celebrada en 1961 en la “Maison de
la Pensée Française” (centro cultural dependiente del partido comunista
francés). Aquella muestra indignó al embajador español en Francia, consciente
de su «trascendencia política», que en un informe señalaba: «se ha dedicado presentación preferente a las obras de
[…] Zabaleta “Nocturno” y “Jardín de Quesada” y a un llamado
“Tríptico de la propiedad artística”, de J. Ortega».
La trascendencia política de aquella muestra es lo que hizo que González Robles, comisario de las exposiciones
oficiales en el extranjero, advirtiera a algunos artistas que, si participaban en “Peintres Contemporains
d’Espagne”, no lo podrían hacer en las bienales (confróntese con la nota 2).
Y es que desde los años 50 el P.C.E. se había ido
acercando a Zabaleta, que ya mostraba entonces una vaga sintonía con el
partido. El 24 de septiembre de 1953, en un informe al P.C.E.,
“Andrés” (seudónimo) califica a Rafael Zabaleta de «hombre honesto y
antifranquista sincero» que «se plantea
a sí mismo la cuestión de su adhesión al Partido, y no se ha decidido todavía
porque, según propia confesión, le da miedo la represión del franquismo contra
los comunistas […] y asegura
estar dispuesto a desarrollar allí (Barcelona) la labor necesaria, si
bien es de señalar que considera que lo principal para él es hacer una pintura
humana y realista».
1 Ley de 31-12-1945 por la que se
reorganizan los servicios del Ministerio de Asuntos Exteriores. B.O.E.
2-1-1946.
Ya en 1959, un documento interno del ICH exponía la
auténtica razón de ser de la entidad: “No se trata de crear cultura, sino de
utilizar la existente como punto de apoyo en el exterior para movilizar ayudas
y alianzas”. (Fuente: Marzo, Jorge Luis: Arte
moderno y franquismo. Los orígenes conservadores de la vanguardia y de la
política artística en España. Girona, Fundació Espais d’Art Contemporani,
2006. Pág. 23).
2
Luis González Robles, comisario de numerosas exposiciones oficiales en los años
50 y 60, reconocía que “le traía sin cuidado” la ideología de un artista. “A mí
me importaba muy poco si alguien era rojo, homosexual o lo que fuera”, decía
(cita extraída de Marzo, Jorge Luis: opus cit., pág. 35).
Veremos, en cambio, más
adelante que de hecho no “le traía sin cuidado” si un artista participaba o no
en exposiciones patrocinadas por el P.C.E. Y es que todo tiene un límite…
3
Escribe Juan Barcino en La Vanguardia de 18-8-1953 (pág. 19): «… aparte del
reconocimiento oficial del arte abstracto y su debate, ha habido también gran
número de propuestas más que aprovechables, como la de Oteiza, sobre la
creación de un centro experimental de problemas artísticos que, a petición de
Manuel Fraga Iribarne, […] se ha convertido en una propuesta a presentar a las Instituciones».
No olvidemos que
Falange consideraba durante la guerra civil que la abstracción era un “arte de
rojos”. Así, Ernesto Giménez Caballero
advertía en “La Voz de España” (San Sebastián, 19-5-1938) que solía encontrarse
en “periódicos y revistas nuestras” con «muchachos que pintan todavía como
Dalí, Max Ernst, La Laurencin, como la escuela de Picasso, como la Escuela
Superrealista. Es decir, como los rojos. Y a continuación apostillaba: «a los
rojos hay que vencerlos también en el Arte».
4
Marzo, Jorge Luis: opus cit., pág. 32.
5
Alfredo Sánchez Bella, director del ICH, declaraba a finales de noviembre que
habían sido muchas las dificultades para conseguir la aportación americana,
“porque desgraciadamente las Bellas Artes han sido patrimonio casi exclusivo de
la izquierda y convertían nuestro intento en intención política”. Asimismo,
reconocía que el manifiesto de Picasso había impedido que vinieran a la Bienal
el grupo de la Escuela de París y algunos mexicanos: “El comunismo ha manejado
muy bien el arma de las Bellas Artes y ha hecho de ella su bandera política”
(Cita textual extraída de Marzo, Jorge Luis; opus cit., pág. 32).
6
Eugenio D’Ors, entusiasta defensor de Rafael Zabaleta, fue miembro del jurado
en esta I Bienal, que él mismo consideró la coronación de su defensa del “arte
nuevo” en la Academia Breve de Crítica de Arte.
7 De la participación de Rafael Zabaleta en estas dos
exposiciones (Inglaterra y Portugal) no existía hasta ahora referencia alguna
en la bibliografía sobre el pintor que he podido consultar.
8
En este caso, ignoro si las obras de Zabaleta allí expuestas fueron
seleccionadas por el pintor; probablemente sí, pues así lo había hecho tres
años antes en el caso de la exposición “Some Twentieth Century Spanish
Paintings”. Los temas y los títulos (que son exactamente los que él les dio) de
dichas obras bien pudieran ser una
especie de referencia alegórica a la cruel dictadura española (“El matarife”) y
a la intimidad, siempre tan reservada, del pintor (“Interior”, que representa
su estudio de Quesada y su ambiente laboral, su “exilio interior”). Esta no
deja de ser una mera suposición, pero de lo que no cabe duda es de que expuso
también “El matarife” en Londres, Sheffield y Glasgow (“Some Twentieth Century
Spanish Paintings”, 1956) y en Charleroi (Bélgica, “Art et travail”, 1958), sin
que se pueda considerar un tema predominante en el conjunto de su obra
pictórica ni un óleo reciente en aquellas fechas. Si Zabaleta tuvo realmente la
intención de transmitir a sus conocidos y al mundo artístico ese mensaje de
denuncia mediante la selección de sus óleos, no pudo hacerlo mejor.
9
El cuervo es el ave emblemática de Lisboa. Según la tradición, los cuervos
permanecieron junto a los restos de San Vicente, patrón de la ciudad, durante
su traslado a la capital portuguesa desde el Cabo San Vicente en 1173.
10
Caballero, José: catálogo de su exposición antológica (1931-1991) en el Centro
Cultural de la Villa de Madrid, 1992-1993. Texto incluido en José Caballero. La aventura de la creación.
Escritos. Fundación Caballero - Thomás de Carranza. Editorial Síntesis.
Madrid, 2014. Página 94.
Diferente visión de este hecho ofrece
Jorge Luis Marzo (opus cit., pág. 34): «Según Tàpies, en la inauguración de la
exposición (I Bienal, 1951), alguien, creo que era Alberto del Castillo, le
dijo a Franco: ‘Excelencia, esta es la sala de los revolucionarios’. Y parece
que el dictador dijo: ‘Mientras hagan las revoluciones así…’ […] el régimen
reconocía la inocuidad de la práctica artística como forma de contestación
política, y de ello, se iba a derivar la total falta de escrúpulos en el uso de
obras de arte producidas por artistas (algunos) que, en privado, no
manifestaban ningún apego por el franquismo. El arte se concebía dentro de una
gran tradición española de separar el artista del ciudadano que hay detrás».
11
Vincenzo Bianco (1898 – 1980). Perteneciente al Partido Comunista Italiano
desde su fundación, participó como voluntario en la Guerra Civil Española,
donde asumió el seudónimo de “Coronel Krieger”, que mantendría durante la II
Guerra Mundial en la Unión Soviética. Durante la contienda española fue
comisario político de las brigadas internacionales y jefe de gabinete de la XIV
brigada, “La Marsellesa”, que combatió en la batalla de Lopera (Jaén) en
diciembre de 1936. En julio de 1937 (batalla de Brunete) se hizo cargo de la
XIII brigada “Dombrowski”. Desde diciembre de 1950 hasta su muerte trabajó en
“l’Unitá”, la agencia oficial de prensa del PCI.
Un trabajo enormemente elaborado, fruto de la investigación, de muchos días de estudio, de descubrir y revisar documentos. Enhorabuena autor.
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