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CONTRA EL OLVIDO. MEDARDO FRAILE Y LUIS CAÑADAS.

Este artículo se publicó en la "Revista de Información y Cultura" de Quesada (Jaén) con motivo de la Feria y Fiestas de 2013. Ese año habían fallecido el escritor Medardo Fraile y el pintor Luis Cañadas.

              Todo pasa y todo queda,
                          pero lo nuestro es pasar,
                          pasar haciendo caminos,
                          caminos sobre la mar.
                            (Antonio Machado)

     Este año han fallecido dos grandes creadores amigos de Rafael Zabaleta y entrañables personas: el escritor Medardo Fraile y el pintor Luis Cañadas.

Sobre el primero ya publiqué el pasado año (Revista de Información y Cultura 2012) el artículo titulado «Rafael Zabaleta en el recuerdo de Medardo Fraile». Entonces él estaba vivo, y se sentía feliz de que la entrevista que le hizo a Zabaleta en 1954, la que incluí en aquel artículo (“nuestro artículo”, le llamaba él, aunque evidentemente era mucho más suyo que mío), volviera a ver la luz.


Medardo Fraile
Con su generosidad habitual, me decía en un correo electrónico: «Me ha gustado mucho tu idea (muy bien contada) de convertir toda esa información en artículo, que se suma a tus investigaciones sobre nuestro Zabaleta. Se lo he enviado a Angelina Lamelas, santanderina de pro y estupenda escritora de cuentos para que, a su vez, se lo envíe al encargado de editar, año tras año, artículos, poemas, cuentos, etc., publicados en España, que tengan que ver algo o mucho con Santander. Lo hacen en libro y lo hacen muy bien.»

El pasado mes de abril, jóvenes escritores del grupo literario «La Llave de los Campos», que reconocen a Medardo como maestro, le rindieron un hermoso homenaje: rebautizaron simbólicamente diversas calles del madrileño barrio de Prosperidad, donde el escritor tenía su casa, con títulos de algunos de sus cuentos: «Calle de No Empecemos, calle de Desafecto al Régimen, calle del Descubridor de Nada, calle de Contar Pájaros, calle de las Equivocaciones, calle de los Ojos Inquietos, calle del Retorno a lo Intangible...».


Luis Cañadas (Almería, 1928 – Madrid, 2013) fue pintor, muralista, autor de grandes vidrieras y mosaicos, y en sus últimos años –tras perder prácticamente la vista- escritor de cuentos infantiles («Cuentos de un pintor», Instituto de Estudios Almerienses, 2010). Miembro fundador del Movimiento Indaliano junto a Jesús de Perceval, realizó a lo largo de su vida numerosas exposiciones individuales y colectivas.

Tuve ocasión de conocerlo personalmente el 3 de febrero de 2012, apenas un año antes de su muerte, en la exposición-homenaje a la obra de Beppo (Freda Clarence Lamb, Londres 1899 – Madrid 1989) y a la de su esposo Abdul Wahab celebrada en Villa del Río (Córdoba) por esas fechas.


Luis Garzón, Luis Cañadas, Carmina Cortés y Rosa Valiente. Villa del Río, 3-2-2012
Allí pude disfrutar durante unas horas de su compañía y de la de su esposa, Carmina Cortés. Con ambos charlé animadamente mientras tomábamos una copa en el Bar La Estrella y yo anotaba en una servilleta de papel algunas de sus palabras. De aquella conversación entresaco ahora varios detalles interesantes y emotivos:

Luis Cañadas recordaba haber ido a pintar con Zabaleta en varias ocasiones al puerto de Almería: “A Rafael  le gustaba mucho dibujar a tinta, y lo hacía muy bien. Como entonces no teníamos los medios que existen hoy día, Zabaleta dibujaba mojando un palillo en tinta para dibujar con él.”

Le comenté que Zabaleta tiene en su Museo de Quesada un óleo en el que aparecen, en el puerto de Almería y bajo su Alcazaba, el propio pintor y Marichu Moro, una chica almeriense con la que no se decidió a mantener una relación estable dado su carácter tímido, según mis informaciones. Luis Cañadas me corrigió: “Rafael Zabaleta sí estaba decidido; la que lo dejó plantado fue Marichu. Un día estábamos en un café y apareció Marichu del brazo de un muchacho; Rafael puso una cara…

Recordé entonces algunos versos del poema «A una muchacha de Almería», escrito por el propio Zabaleta, que me parecían confirmar la opinión de Luis Cañadas:

Eres reina de la ciudad en que vives
y su Alcazaba es tu corona.

[…]

Fatalmente estoy ligado a ti
y tu sonrisa fecunda mi sangre

que salta en arco a tu encuentro

a través de valles y montañas
como un rayo de fuego acumulado
en mis entrañas solo para ti.
Mientras tanto puedes bostezar aburrida
cada vez más gordita y pálida
unas veces triste y otras alegre,
casi siempre alegre,
pues los señoritos de pueblo son así
y tú consientes.


Como exigía la ocasión, Luis y Carmina recordaron el carácter de Beppo, gran amiga también de Zabaleta: “Era una persona cariñosa y amiga de sus amigos, pero con un carácter fuerte y contundente en sus convicciones. En Santander le indicaron que se sentara a comer a nuestro lado y ella respondió: «Yo no me siento al lado de un matrimonio tan normal»”.

Carmina me contó cómo “se ganó” ella a Beppo, allí en Santander, durante los cursos de verano de la universidad Menéndez Pelayo: “Cogí un manojito de brezo de los alrededores de La Magdalena y se lo puse en su plato con una nota que decía «Para Beppo». Cuando ella llegó, se sorprendió mucho y preguntó quién sabía que a ella le gustaba tanto el brezo y quién le había puesto allí el manojito. Le dije que había sido yo, y desde entonces tuvimos una gran amistad que duró hasta su muerte. Yo fui su enfermera. Guardo muchos recuerdos que recogí de su casa tras su muerte (por ejemplo, un trozo de tela pintado por Mompó y dedicado a ella, que saqué de una caja para tirar); sigo utilizando sus gorras, aunque me están un poco grandes.”

Naturalmente, también hablamos de la pintura de Beppo y de la de su esposo Abdul Wahab. Luis Cañadas las valoraba mucho: “La acuarela de Beppo es originalísima; no se deja encorsetar por la técnica, como la mayoría de los acuarelistas. Abdul fue un árabe que rompió con la tradición árabe de no representar en el arte la figura humana; los árabes se limitan a decorar (como en la Alhambra), pero Abdul representa la figura humana. Los árabes suelen ser integristas en el terreno religioso, más aún que los cristianos.”

Luis Cañadas se refirió brevemente a su propia obra, muy variada: “Me gustaba hacer grandes murales de cristal unidos con cemento, y grandes diseños en cerámica que realizaba una ceramista con varios obreros. Hice una obra de este tipo con 170 metros cuadrados para la fachada de El Corte Inglés de Sevilla”.

Le pregunté a Luis cuándo se fue de Almería a Madrid. Me respondió que en 1964 decidió dar un giro a su vida: “Me llevé sólo dos maletas, una con ropa y otra con libros (especialmente uno del siglo XVIII de historia del arte en varios volúmenes al que le tengo mucho cariño)”. Carmina añadió orgullosa, refiriéndose a ese giro vital: “Y ahí estaba yo.”

Luis y Carmina se conocieron en el Café Gijón, donde él solía participar en la tertulia «Contra esto y aquello». Ella me comentó: “Yo iba acompañada por una chica muy guapa de 20 años, y Luis nos invitó a conocer su estudio, ¡el estudio de un pintor! Yo pensé que, con aquella chica tan guapa al lado, una mujer como yo  no tenía ninguna oportunidad, pero me eligió a mí. Nos casamos en 1967”. Y Luis Cañadas añadió con gran sentido del humor: “¡Y ahora estamos empezando a discutir!”.

Sorprendido, les pregunté por qué discutían y ella respondió: “Porque Luis se mete en la cocina”. Luis se apresuró a aclarar: “Es que Carmina ha estado diez días en el hospital con una neumonía; hemos tenido en casa a una colombiana para que me atendiera y sólo cocinaba arroz y judías negras; yo me metía en la cocina y le enseñaba a hacer otras cosas. Debería haberme pagado ella a mí por lo que le he enseñado.”

Poco más recuerdo en estos momentos de aquella conversación, pero creo que estas breves notas son suficientes para retratar en pocas palabras a unas personas tan interesantes y agradables como Luis y Carmina y para rendir un modesto homenaje al gran pintor que nos dejó y a su esposa, a quien deseo lo mejor.


Hasta siempre, Luis Cañadas y Medardo Fraile. En este “cuento de siempre acabar” (como Medardo tituló sus memorias) tenéis un papel protagonista, aunque vosotros nunca lo hayáis pretendido. Es tarea nuestra impedir que caigáis en un injusto olvido.



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