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Quesada en las novelas de Manuel Ciges Aparicio. Comienzos del siglo XX.



Algún día, estos libros…, cuajados de palpitante realidad, serán precisa fuente para el estudio de la vida española de estos tiempos. (Ramón María Tenreiro en “La Lectura”)[1]

     El periodista, novelista y político Manuel Ciges Aparicio, nacido en Enguera (Valencia) el 14 de enero de 1873 y asesinado en Ávila el 4 de agosto de 1936, pasó varios meses en Quesada (Jaén) en 1908 y 1909. Allí se alojó en casa de su tío materno Jaime Aparicio Sanchiz, quien se dedicaba al comercio de paños, y tuvo ocasión de conocer de cerca la realidad social y política de la localidad y de su zona.
     Sus experiencias quesadeñas dieron lugar a numerosos artículos de prensa y a tres novelas: “La Venganza” (1909), “La Romería” (1910) y “Villavieja” (1914). Todas estas publicaciones, en especial “Villavieja” (nombre que el autor da en su novela a Quesada), recogen en forma novelada muchos aspectos de la vida local y comarcal, a algunos de los cuales ya hice referencia en otra página de este mismo blog (“Quesada en el siglo XIX”).
     Recogeré, pues, a continuación varios fragmentos de las novelas de Ciges Aparicio y los relacionaré cuando sea necesario con datos ya incluidos en la citada página.



1.- EL PAISAJE: LA SIERRA, EL RÍO GUADIANA MENOR Y EL DESIERTO.
     Leyendo “La Venganza” (1909) llamó poderosamente mi atención una fantástica leyenda que el autor pone en boca de un gitano de las dehesas de Guadix. Especial interés tiene la descripción de la zona desértica que desde la Dehesa de Quesada se extiende hasta Almería. Sin duda, ese paisaje impactó profundamente en Ciges Aparicio, como hoy lo sigue haciendo en quienes lo contemplamos:
     Hace no sé cuántos siglos llegó a esta tierra un gigante que tenía muchas leguas de altura. Le pareció tan hermoso el país y tan rico en frutas, que comió durante varios días, hasta que no pudiendo más, reventó de hartura…
     Cada parte de su cuerpo voló muy lejos: su cabeza formó Sierra Nevada; sus melenas, las Alpujarras; sus piernas, las sierras de Segura y Cazorla; su brazo izquierdo, la de las Estancias, y el derecho, al caer en el suelo, trazó el cauce del Guadiana Menor…
     Aunque deshecho, el gigante vive todavía: su saliva corre por el Fardes; su aliento sale rugiendo de tarde en tarde por los picos más altos de la Nevada, y el líquido de su vejiga ya lo habrán visto humear durante su viaje a los baños de Alicún y Zújar.
     … ¿Ven estos campos tan tristes y desamparados? Pues fueron el jardín donde hace siglos reposó el gigante; pero sus intestinos se escamparon en el estallido formando estos repliegues y montes arenosos, que vistos de lejos parecen las olas del mar, y donde ya no nació ni volverá a nacer la hierba.[2]

2.- ORIGEN ÁRABE DEL EDIFICIO DEL SANTUARIO DE TÍSCAR.
     El santuario de Tíscar se edificó sobre lo que debió ser mezquita o palacio árabe.
     Mediante una conversación entre un caballero rico, don Manuel (un antiguo carlista), don Pedro el maestro y el capellán de Tíscar, don Clímaco, Manuel Ciges Aparicio recoge en “La Romería” (1910) la presencia en el santuario de Tíscar de restos arquitectónicos de origen árabe y la causa de su destrucción:
     Don Clímaco se dirigió a su casa para recoger la llave de la puerta interior que daba al Santuario. Don Manuel se entretuvo en contemplar la fachada y el pavimento.
-         ¡Es un dolor, una herejía! –exclamaba-. Tenían que haberlos tirado desde la Peña Negra.
-         No le comprendo –murmuró su compañero.
-         ¡Pero no ve usted! Puro estilo árabe, que manos profanas han violado. Todo el arco de herradura blanqueado de cal, y al través de algunos desconchados aún se ven trazas de los primitivos arabescos, caprichosos y sutiles, picados ignominiosamente. ¿Y el pavimento? ¿Ha visto usted mayor pena? ¿Qué bárbaro habrá arrancado los azulejos? Aún se ven cinco en este rincón que pregonan el mérito de sus perdidos compañeros.
-         ¿Eran de mérito? –preguntó don Clímaco, que llegaba con la llave.
-         Cualquier cosa hubiera dado yo por ellos.
-         ¡Quién lo supiera! Diez y ocho años hace que los arranqué para renovar el piso de la iglesia. Lo menos ocho cargas tuve que sacar con los escombros.
-         ¿Y qué hizo usted de ellas, don Clímaco?
-         ¿Qué hice? Las tiré a la cerrada.
-         ¡Ocho cargas de azulejos árabes! –exclamó dolorido don Manuel.
-         ¿Pero tanto valían? –interrogó arrepentido el capellán.
-         ¡Querido don Clímaco, es usted un animal!
     Don Clímaco se mordió los labios y abrió la puerta.
-         ¡Y esto han hecho con tan linda joya! –volvió a exclamar don Manuel moviendo la cabeza en torno-. Baldosas blancas en vez de azulejos; muros enjabelgados llenos de estúpidas inscripciones y feos exvotos en lugar de los prodigios que sobre la piedra bordó el artista; un confesionario de pino frente a otro confesionario de roble que hace cinco siglos esculpió con devota inspiración algún desconocido maestro de la talla… ¡Horrible, abominable!...[3]

3.- TÚNEL DE LA CUEVA DEL AGUA.
     A principios del siglo XX debió abrirse el túnel por el que actualmente se accede a la Cueva del Agua. Ciges recoge ese hecho en “La Romería” (capítulos VIII y X):
     ¿Y la Gruta del Agua?... He oído que han abierto un túnel para llegar más fácilmente a ella…[4]
     Abierto en alta roca veíase un gran agujero negro que daba paso a la Gruta del Agua. Antes se llegaba a ella rodeando la gran peña y deslizándose al borde peligroso de un abismo. Así eran muy pocos los que osaban contemplar el interior espectáculo. La cofradía de la Virgen dispuso años pasados perforar la gran mole, y por escasez de dinero no pudo hacerse tan elevado el túnel, que una persona pasase holgadamente. Para surtir de riego a un campo vecino lanzaron luego las aguas por la negra abertura, y los que visitaban la gruta tenían que deslizarse entre las tinieblas, apoyando cuidadosamente los pies en la doble fila de piedras colocadas a lo largo de las paredes.[5]

4.- DESPEDIDA DE LA VIRGEN Y CRUZ DEL HUMILLADERO.
     Al inicio de “La Romería” Ciges describe la despedida de la Virgen de Tíscar a primeros de septiembre y recoge una tradición que hoy se mantiene:
     … de los balcones caen rosas deshojadas que llevan el rocío de las lágrimas.
     Más adelante hace referencia a la Cruz del Humilladero, última parada en el pueblo de la procesión de despedida de la Virgen, que evidentemente no es la cruz actual, sino la original de mármol a la que hice referencia en otra entrada de este blog.[6]
     En la sesión plenaria de 30 de diciembre de 1900, «en el deseo de conmemorar la entrada del siglo XX, cual corresponde hacerlo a todos los pueblos cultos, … se acordó levantar un monumento que sirva en lo sucesivo para recibir y despedir a Nuestra Excelsa Patrona la Santísima Virgen de Tíscar en el sitio que nombran “el Visillo”, en la carretera que desde esta villa conduce al santuario de Nuestra Señora, distante un medio kilómetro de la población, sitio que en lo sucesivo se denominará “El Humilladero”». El concejal Don Manuel Antonio de Alcalá y Menezo donó entonces una “bonita cruz de mármol para colocarla en el monumento”.
     A esa cruz original se refiere Ciges:
     La procesión se detiene ante una cruz marmórea erguida a la izquierda del camino…

5.- EL FERROCARRIL. LA ESTACIÓN DE QUESADA.
     A mediados de siglo se vivía una auténtica “burbuja” financiera alimentada por la construcción de ferrocarriles, que se veía como la solución a todos los males y como un negocio redondo, tanto que hasta en Quesada se quiso participar durante la segunda mitad del XIX invirtiendo importantes cantidades, vendiendo traviesas y cediendo terrenos.
     Pero el trazado de la vía férrea quedó alejado del pueblo. Ya el 25 de mayo de 1890, y a iniciativa del Alcalde de Cazorla, el Ayuntamiento de Quesada acuerda nombrar una comisión que se reúna en Peal de Becerro, “como punto céntrico del partido”, para estudiar los perjuicios derivados del trazado del ferrocarril, previsto por la margen derecha del río Guadiana Menor, “por la larga distancia que separa a las poblaciones de importancia de esta zona”.
     El 1 de noviembre de 1895 se abre al tráfico comercial el tramo entre Linares-Baeza y Quesada. Desde que en agosto de 1898 se inauguró el tramo Huesa-Larva y hasta que el 1 de septiembre de 1899 se inauguró el viaducto del Salado, la línea no tenía continuidad y se hacía trasbordo entre Larva y Quesada.
     El 15 de noviembre de 1896, el Ayuntamiento de Quesada ya se interesa en la construcción de un camino que comunique la ciudad con la estación de Quesada, pero la construcción de esa carretera se hará esperar. En 1.933 aún no estaba terminada; se libraron entonces para su construcción 33.477,45 pts.
     Ciges se hace eco de toda esta situación en “Villavieja”:
     Mosiú (nombre ficticio del propio Ciges) se estremeció de enojo y su sentido europeo renació al punto… Miró severo a don Luis (Luis Obregón, nombre ficticio de Ángel Alcalá Menezo):
-         Así son ustedes -le dijo- … Más de un cuarto de siglo han estado suspirando por el ferrocarril, que transportaría a buen mercado los frutos de estas huertas y multiplicaría sus riquezas, y no han tenido un movimiento de protesta al ver que trazaban la vía a veintidós kilómetros de distancia.
Don Luis se mordió el labio y el sargento se encargó de responder:
-         ¿Y qué podíamos hacer nosotros? Dos títulos poderosos, el marqués de Riabaja y el duque de Fesno[7] tienen grandes dehesas en la región, y se entendieron con la compañía para que acercase el ferrocarril a sus posesiones y duplicar su valor.[8]
     Durante la cuestión del ferrocarril, don Dámaso (Dámaso Espino, cacique local, nombre ficticio inspirado en la figura de Laureano Delgado, que llegó a Magistrado del Tribunal Supremo) enmudeció en la Cámara, y lejos de estimular la protesta de los pueblos, su consejo pesó como arena húmeda para apagar los incipientes fuegos populares. Díjose -y ni sus amigos lo dudaron en su fuero interno- que él fue uno de los padres de la patria captados por la Compañía y los dos omnipotentes aristócratas, que con la desviación de la línea triplicaron el valor de sus latifundios. Aunque el dicho hubiera sido erróneo, no lo fue que algunos meses más tarde le nombrasen abogado defensor de la Compañía.
     …Después de haber jurado no ocuparse ya en política ni en cosa que se le pareciera… obtuvo del ministro de Fomento que desviase el recto trazado de la carretera que había de unir a Villavieja con la estación de ferrocarril, para que tocase en su propiedad. A un kilómetro de la población, el nuevo camino se quebraba bruscamente, describiendo una gran curva y remontaba a veintiocho los veintidós de recorrido. La gente, pues, solo pudo utilizar ese primer kilómetro de carretera, y abandonándola en seguida, recorrer los restantes por el viejo carril lleno de baches y altibajos o por las sendas que al través de montes y llanadas conducían en línea recta a la estación. Gracias, pues, al cacique la vía férrea se quedó primero a cinco leguas del poblado, y ahora se hacía inservible para la comunidad una dispendiosa carretera que solo a él aprovechaba.[9]

6.- EXPLOTACIONES MINERAS.
     En 1844, Andalucía producía el 85% del hierro colado de España. Durante el año 1900 debió de producirse en la provincia de Jaén una especie de fiebre minera. Son numerosas las solicitudes que se presentan ante el Ayuntamiento de Quesada para hacer prospecciones mineras de hierro en la Dehesa del Guadiana, concretamente en los lugares denominados Pico del Águila, Baños de Saturnino y Cerro Almagrero, donde se sitúan las minas denominadas “Mi Fernanda”, “Juanita” y “Carmen y Rosa”; en el Cerro de los Alacranes (mina “Santos Varones”); en el Cerro de las Hermosillas (minas “El Cerrojo” y “La Casualidad”), y en la Peña del Cambrón. Dichas prospecciones no debieron de tener mucho éxito, pues actualmente no se observan restos visibles de las citadas minas.
     Ciges[10] pone en boca del cacique local D. Luis Obregón las posibilidades que ofrecían las explotaciones mineras si se conseguía construir “un tren eléctrico que pudiera transportar personas y grandes pesos”:
     ¿Han olvidado que por todas partes nos rodean riquezas inexplotadas? ¿No poseemos tesoros ocultos y visibles, pero inertes e infecundos por falta de comunicaciones?
     … ¿Por qué no se explotan las ricas minas que hay en nuestra dehesa? ¿Es que el mineral de plomo no se encuentra casi a flor de tierra en la del Estado? ¿Quién no está harto de repetir que las dificultades del arrastre tiene improductivos esos ricos yacimientos?

7.- APROVECHAMIENTOS FORESTALES Y POZOS DE LA NIEVE. CONFLICTOS ENTRE VECINOS DE QUESADA E INGENIEROS DE MONTES.
     Los aprovechamientos forestales de los montes de propiedad municipal (Poyo de santo Domingo y cerros del Caballo y la Magdalena) o del Estado se regulaban por el Ayuntamiento cada año y suponían un interesante beneficio para los vecinos y para las arcas municipales. A efectos de presupuesto municipal, el esparto de la Dehesa tuvo siempre una importancia capital hasta la irrupción de las fibras sintéticas.
     En ocasiones, el Ayuntamiento se vio obligado a recurrir al Gobernador Civil para evitar que el Cuerpo de Montes sacara a subasta los pastos a los que los vecinos tenían derecho de forma gratuita o que la Guardia Civil presentara denuncias por el ganado que pastaba en los montes. Así lo hizo en sesión extraordinaria celebrada a tal fin el 28 de octubre de 1844 en atención a “los títulos que este pueblo tiene para poseer y aprovechar los frutos forestales, no solo de los terrenos que comprenden el barranco del Tizón y Cerro del Caballo, sino también los de los demás montes de este término que se tienen como públicos, cuyos documentos se conservan en los archivos de este municipio, así como la posesión constante no interrumpida por nadie que viene teniendo de dichos frutos”.
     Otra de las actividades económicas hoy desaparecidas (e imposible ya debido al cambio climático) era el aprovechamiento de los “pozos de la nieve”, es decir, el uso de la nieve acumulada en pozos y torcas de la sierra para consumo humano en épocas de calor.
     El arriendo en subasta pública de los pozos de la nieve ya fue autorizado por el Gobernador Civil de la provincia el 5 de abril de 1867, según consta en acuerdo plenario municipal de 14 de abril de ese año, pero el aprovechamiento de la nieve por el vecindario de Quesada se remonta a la Edad Media.
     Ya en las “relaciones enviadas por los párrocos al geógrafo real Tomás López en el año 1785” se dice:
     “Abundan en estas sierras fuentes de aguas muy delgadas, y ricas, y también de unas simas o torcas muy profundas, tanto que algunas no se les ha descubierto pie o suelo. Sirven para recoger nieve, sin más industria que la de caer en ellas, con tanta abundancia que se forma un hielo muy duro, con el que se abastece esta villa y otras cuatro o seis distantes de cuatro a seis leguas, sin que falte para todas. Y algunos años se ha surtido también la ciudad de Jaén, distante once leguas, y la de Córdoba, que está a veinte y dos”.
     Debía ser un negocio lucrativo la venta de la nieve, porque en el año 1900 aparece un conflicto de intereses entre el Ayuntamiento de Quesada y el Cuerpo Facultativo de Montes del Estado, que se disputan el derecho de explotación de la nieve, especialmente de la acumulada en los Poyos de Santo Domingo.
     Los conflictos entre vecinos y la Sociedad Resinera, agravados por la corrupción política del Alcalde y el cacique locales, son recogidos por Ciges en “Villavieja”:
     También era opinión corriente que, en el arriendo anual de los espartales de Villavieja, don Dámaso compartía el corretaje con el alcalde; es decir, que de las treinta mil pesetas que abonaba el arrendatario de la dehesa, en la Caja municipal solo ingresaban veinte mil, quedando la tercera parte en provecho del cacique y su hechura. Mayor era todavía la subvención que le suministraba la poderosa Sociedad Resinera. Algunos la evaluaban en tres mil duros. La Resinera devastaba la sierra Cebriana, propiedad del Estado, y humillaba cuotidianamente a los pueblos vecinos; pero don Dámaso jamás protestó contra el vandalismo de los ingenieros ni el abuso de sus dependientes, ni siquiera durante el período gubernamental en que fue director general de Agricultura. Con pretexto de querer conservar su independencia, tampoco intercedió jamás a favor de los leñadores perseguidos por la Compañía o de los miserables rechazados a culatazos y conducidos a la cárcel con los brazos ligados, por querer aprovecharse de las nieves de la sierra.[11]
     En plena campaña electoral, don Luis Obregón hablaba de la Resinera y de su obra criminal e inepta.
-         El caciquismo de sus representantes -decía- es más funesto que el político, así en Argola (nombre figurado de Cazorla) como en los demás pueblos vecinos de la sierra. Hasta las autoridades… les están humildemente sumisas, y gozan sin bochorno de sueldos conocidos de todos. Gracias a esa obediencia servil, se veja a los menesterosos, que en los tiempos de escasez suben a las montañas en busca de una poca de nieve o de algunos palos para venderlos o calentar sus hogares. Se les había ofrecido tolerancia al arrendar el Estado la sierra, y se les paga con palizas crueles y llenando de ellos la cárcel de Argola. Una tentativa de alzamiento contra los ingenieros se apaciguó fusilando a la muchedumbre, procesando a sesenta personas y condenando a presidio a seis, entre las cuales hay un joven que se ha demostrado no haber tenido intervención en los sucesos. Y con tanta ayuda del Estado para defender los supuestos derechos de la Resinera, el Estado olvida los suyos. La sierra se está despoblando. Se corta triple cantidad de pinos que los autorizados en el contrato. Las hachas aleves, que debían convertir sus filos contra los arrendatarios, los abaten clandestinamente de noche para un diputado republicano que entiba con ellos sus minas. El buen representante popular amenazó a la Sociedad con denunciar en las Cortes sus criminales abusos si no le surtía de madera a mitad de precio. Y la repoblación no existe: donde se corta un tronco ya no retoña, y las cumbres de los montes van quedándose calvas como cabezas de ancianos. Se les ve rebrotar espontáneamente por diversos puntos, pero siempre fuera de la nefasta jurisdicción de la Resinera… Diríase que los ingenieros son jetattori, porque no tiene el árbol enemigo mayor que ellos. A expensas de la sierra misma construyen casas y casas: en las cumbres famosas, a lo largo de los límites, en los puntos de perspectivas magníficas. Dicen que son para albergar a la legión de guardas. ¡Ja, ja! Entre ellas hay preciosos hoteles bien amueblados, y creo que ni en dominios reales se vio a guardas ignaros y brutales tan pomposamente alojados. Con la venta clandestina de pinos se construyen esos lindos edificios que en verano acogen al juez, al capitán de la Guardia civil, a los amigos de la Sociedad… y a los que pudieran ser sus enemigos. Y en verano como en invierno, no es difícil encontrar a las amantes y cocotas que, para distraer sus ocios, traen de Madrid los ingenieros.[12]

8.- CORRUPCIÓN POLÍTICA.
     En el apartado precedente ya hemos podido ver cómo Ciges Aparicio trata reiteradamente este asunto en sus novelas. Veamos algunos ejemplos más:
     En el capítulo XIV de “Villavieja”, D. Federico, el maestro, a la vista de la furia con que se iniciaba una campaña electoral, dice:
     La única impresión que la gente recibe ya… es que su escepticismo aumenta; pues sabe que a los partidos solamente los diferencia el rótulo, y que don Dámaso u Obregón, el presidente de la Resinera o no importa cuál otro, luchan todos por intereses codiciosos y que las buenas palabras solo sirven para disfrazar la voracidad del apetito. Si a unos y otros iluminase la luz interior de las ideas, la pasión del combate encendería al auditorio en anhelos; pero como solo campean por intereses inferiores, se insultan, el insulto provoca el odio, se golpean y matan, al modo de perros por igual presa. Gritan, riñen y se despedazan, y la muchedumbre se deleita como en circo o plaza de toros, y sin creer que los unos valgan más que los otros. Y tienen razón; solo que los espectadores no valen más que los actores.
     … En nuestro vislumbre de democracia conviene mimar a la multitud rindiéndole una parte de adulación… el pueblo deja que le conduzcan mal, y nada hace para ser conducido mejor. Ignoro si el mal procede de arriba o de abajo…, aunque sospecho que de ambas partes. Lo que cualquiera puede observar es que la inmoralidad está disuelta en el aire respirable, y que por igual corrompe a los superiores y a los inferiores, a los que gobiernan y a los gobernados. Si estos murmuran es porque no pueden mandar para hacer lo mismo… Esto quiere decir que, para ellos, el robo es natural y como inherente al cargo público, y cada cual quisiera estar investido del cargo para robar. Cuando a tan baja noción se llega de las gestiones públicas, es que la masa gobernada también está corrompida.
     Los fraudes y “pucherazos” electorales eran frecuentes. Ciges los describe así en el capítulo XXI de “Villavieja”:
     Compra de sufragios, cambio de papeletas, resurrección de muertos, «embuchados», avance de relojes, todos los artilugios que hacen de las elecciones españolas un capítulo de picaresca moderna, presenció aquel día Villavieja.

9.- SITUACIÓN DE LOS JORNALEROS Y TRABAJO INFANTIL.
     A principios del siglo XX, la situación del campesinado andaluz, y más concretamente del jornalero quesadeño, era lamentable. Ciges nos la muestra así durante la campaña de recogida de la aceituna:
     Hombres y mujeres, viejos y niños, astrosos todos, se habían sentado en grupos bajo los olivos para devorar su pitanza. El inventario de los comestibles hacíase en una rápida inspección ocular. La sardina y la granada eran los únicos manjares, y solo el trozo de pan moreno diferenciaba al hombre de la mujer y el chiquillo. El que a las doce consumía una sardina, cambiaba de plato por la noche aceptando una granada, y entre esta y aquella tenía que optar al día siguiente. El gazpacho estaba reservado al verano.
     Y gracias que el año fue pingüe en aceituna para que ahora no les faltase la comida. Por serlo obtenían los recogedores jornales de excepción. Los hombres ganaban sesenta céntimos trabajando del alba hasta la puesta, y cuarenta las mujeres y los niños granados que sabían afanarse como hombres. Los años de cosecha menos próvida, cobraban cuarenta o cincuenta céntimos los adultos y veinticinco o treinta las mujeres y chiquillos.
     La recogida de aceituna era, con la siega y trilla del estío, la época más anhelada del año. Los niños estaban en sus glorias, porque abandonaban la escuela para ayudar a sus padres; los padres podían ahorrar alguna cosilla de los sesenta céntimos que tocaban al hombre o los cuarenta de ella y su prole, para pagar las deudas acumuladas durante los negros meses transcurridos desde la siega, y comprar alguna ropa con que sustituir los andrajos que se les caían de puro viejos.[13]
     Y en el mismo capítulo recoge esta escena entre el suizo que visita la localidad (“Mosiú”, nombre ficticio del propio autor en la novela), una jornalera que recoge aceituna y el propietario de las tierras:
-Vivimos muriendo, señorito... ¿Se figura usted que trabajar de sol a sol, y no llevarse a la boca más que un arenque es para estar gordos y lucidos?
Y señalando al viejo que junto a ella daba vueltas entre sus encías desguarnecidas a una corteza de pan, interrogó a Mosiú:
     -¿Cuántos años se figura usted que tiene mi hombre, caballero?
     El suizo no creyó equivocarse de mucho.
     -Quizás sesenta y cinco.
     La mujer movió la cabeza.
   -Pues no ha cumplido cuarenta y ocho, señorito; y aquí me tiene a mí con cuarenta, que soy una vieja llena de arrugas y para nada. A los cuarenta años somos unos viejos los pobres, y a los cincuenta ya nos llama la tierra. Y el que pasa de esa edad, peor para él, porque la gente tiene el corazón tan duro, que ni pidiéndole limosna hace gracia.
     ... El dueño del olivar… se volvió entonces hacia los trabajadores y les dijo malhumorado:
     -¿Vais a pasar todo el día de comida y de charla? El sol se pone presto en invierno, y no os rendirá el trabajo.
     Alguien murmuró quedo:
     -¡Para lo que se cobra!
     Pero el patrón le había oído, y le replicó:
     -¡Para lo que se trabaja…!
     La escena termina con una nueva denuncia de la corrupción política:
     … La mujer que había hablado con Mosiú… refunfuñó suspirando:
-         ¡Anda con Dios, que para ti es la vida! De hambre te morías, piojoso; y en los cuatro años que tienes la vara de alcalde te has comprado con nuestro dinero casa, olivar y huerta, que nosotros mismos te trabajamos. Otros cuatro años más, y Villavieja será tuya, Judas traidor, que a robar nadie te gana.

10.- SITUACIÓN DE LA MUJER. ASESINATOS MACHISTAS.
     En el capítulo XVIII de “Villavieja”, don Luis Obregón intenta convencer a las mujeres de que pronto podrán conseguir un novio con recursos si triunfa en las elecciones e industrializa el pueblo. Ciges Aparicio utiliza esta situación para reflexionar sobre el papel reservado a la mujer:
     Como Julio César, Obregón ponía gran celo en captarse la estima de las mujeres, que acabaron por ser sus defensoras más adictas. Don Luis sabía que, entre los múltiples problemas que conturban a España, hay uno del que no se habla y es el tormento de los hogares. El rubor paternal ni siquiera osa enunciarlo; pero su gravedad está siempre activa en el pensamiento entenebreciendo el espíritu. Ese problema es el porvenir de la mujer, su casamiento, que entre nosotros constituye su oficio.
     … La existencia se encarece y complica en nuestros días, las necesidades aumentan, y el hombre no muestra mucho apego al trabajo. Aun el que trabaja apenas gana lo necesario para sostener a una familia. La vida incierta y el temor de la posible miseria le hacen receloso del porvenir, y cada vez se aleja más de la mujer sin dote.
     … El Estado empieza a preocuparse de la situación de la mujer soltera abriéndole algunas rutas; pero las fecundas ocupaciones escasean, y hasta los hombres han de emigrar por carecer de ellas. En resumen: miedo al casamiento en la clase media; horror no confesado de la mujer a quedarse soltera -vieja, miserable y escarnecida con apodos- cuando le falten los padres, y, en hombres y mujeres, temprano presentimiento del peligro, despojando al amor del aspecto desinteresado y poético, que es su perfume a los quince años, para alimentarlo a los veinte con razones de turbia conveniencia.
     Por esa inquietante percepción del porvenir, las mujeres eran las más entusiastas de don Luis Obregón.
     Ya en el capítulo III de su novela, Ciges había citado un grave problema que hoy seguimos padeciendo, el de los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, cuando reclamaba utilizar la violencia en caso necesario, pero para reclamar justicia y defender un adecuado trazado del ferrocarril. Respondía en ese momento Mosiú a don Luis Obregón:
-         ¿Ve usted? ¡Siempre el mismo absurdo! Se matan por una palabra, hasta por una simple mirada; dan muerte a la mujer que no les quiere y se suicidan sobre su cadáver; pero tienen miedo a exponerse en defensa del bien público. Individualmente, todo; colectivamente, nada.

11.- HIGIENE PÚBLICA. ORDENANZAS MUNICIPALES.
     En otra entrada de este mismo blog[14] recogí las ordenanzas municipales de Quesada aprobadas en 1873. Entre ellas figuran las relativas a la salud pública y a la limpieza (artículos 23 al 37). A ellas debe referirse Ciges cuenta la historia de doña Mercedes “La Tambora”, madre del párroco D. Bonifacio Gutiérrez:
     Su celo de mujer limpia llevábalo hasta no querer conservar un solo día la basura en casa. Durante la noche, cuando el vecindario había cerrado ya sus puertas, la buena señora la sacaba en una lata para verterla al borde de la carretera. Ni las quejas de los vecinos ni las amonestaciones de los municipales pudieron curarla de aquella (sic) tema. Durante la escrupulosa alcaldía de don Leandro Obregón (hermano de D. Luis Obregón y probablemente nombre ficticio de Manuel Antonio Alcalá y Menezo, concejal del Ayuntamiento de Quesada en 1900), este se propuso hacer de Villavieja una urbe europea, que no recordase en policía al sucio aduar africano que había sido hasta entonces, y reformó las ordenanzas municipales, divulgando en semanales bandos públicos y fijando en los sitios más frecuentados de la población los artículos pertinentes a la higiene pública.[15]

12.- COLEGIO DE SEGUNDA ENSEÑANZA.
     Como también incluí en la citada página de este blog, el 1 de septiembre de 1889 la Corporación acordó conceder una subvención de mil pesetas para la instalación en Quesada de un colegio privado de segunda enseñanza, lo que habían propuesto tres vecinos, según consta en el acta plenaria:
     «Se dio cuenta de una exposición que dirigen a esta corporación municipal los vecinos de esta villa el Ldo. D. Leandro Giménez Pérez, párroco de la misma (que daría nombre a la actual Plaza de la Lonja, donde aún se conserva la placa que dice “Paseo del párroco D. Leandro Giménez Pérez”), D. Ángel Alcalá y D. Salvador Segura manifestando el deseo y la conveniencia de fundar en esta población un instituto privado de segunda enseñanza y una preceptoria sucursal del Seminario de Toledo donde se cursen con perfecta y legal validez académica todas las asignaturas de humanidades y filosofía, a cuyo fin pidieron y obtuvieron las autorizaciones del instituto provincial de Jaén, y de su Excmo. Rvmo. Cardenal esperan la concesión de lo solicitado».
     Como podemos observar, uno de los solicitantes era D. Ángel Alcalá Menezo, a quien, como ya hemos señalado, Ciges Aparicio llama D. Luis Obregón en su novela “Villavieja”.
     En el capítulo IX, el novelista incluye el proyecto de creación del colegio como iniciativa de D. Luis Obregón para apoyar sus aspiraciones políticas. En conversación con don Federico, el maestro, y con Mosiú (es decir, el propio Ciges, que de hecho expone de este modo su propias ideas reformistas y progresistas sobre la educación y su importancia en el progreso social y económico), les dijo:
     Es necesario que empecemos a fomentar la cultura. ¿No les parece a ustedes? Vamos, pues, a fundar un colegio de segunda enseñanza.
     El maestro se mostró escéptico:
     Se cansarán pronto…, y aun dudo de que no se cansen antes de empezar el curso. En Villavieja no hay ambiente cultural, y hasta sospecho que la cultura todavía no constituye una necesidad. Vean ustedes lo que me ocurre a mí. Estamos a diez y ocho de diciembre y hace quince días que declaré a la fuerza las vacaciones de Navidad por falta de alumnos. Los pobres retiraron a sus hijos hace un mes, cuando empezó la recogida de la aceituna, y al ver las clases desiertas, los otros fueron dejando de asistir… Mientras los padres necesiten de ellos para ganar algunas monedas más, los hijos faltarán a la escuela.
     … Don Luis Obregón no oía a sus dos compañeros, ocupado en madurar el proyecto. También sospechaba él que su plan no prevalecería, o que su existencia sería efímera, pero conociendo la nerviosa impresionabilidad de los villavejenses, tampoco dudaba de su momentáneo éxito. Sus convecinos se entusiasmarían de pronto, y toda la clase media y superior, hasta sus propios adversarios, querrían enviar a sus hijos al colegio… Durante ese período de novedad y entusiasmo, él recibiría loores por su fecunda iniciativa, y como la crisis ministerial era inminente, no dejaría de ganar prosélitos.

13.- CRIPTA FUNERARIA JUNTO A LA IGLESIA.
     Obregón inició inmediatamente la construcción del colegio “al lado de la iglesia, en un viejo y destartalado caserón que D. Luis recibió en herencia”.
     Es probable que esa casa adyacente a la iglesia (si es que la historia es real y no pura ficción) fuese la misma o estuviese muy próxima a la que en 1885 el párroco reclamó al Ayuntamiento, situada donde hoy está el espacio público del Mirador de la Baranda.
     En la novela (“Villavieja”) se dice que “la casa, adyacente a la iglesia, la habían fundado hacía siglo y medio sobre el cementerio de esta”.
     En cualquier caso, y siempre según la novela, durante la realización de las obras de construcción del colegio, don Luis Obregón encontró bajo el suelo una cripta funeraria con numerosos féretros y las momias de un hombre y una mujer bien conservadas; tal descubrimiento lo enfrentó con el párroco, ya que ambos se disputaban la propiedad del hallazgo.

14.- HUERTAS Y REGADÍO. ABONOS Y MAQUINARIA AGRÍCOLA.
     La especial relevancia que en Quesada tenían los cultivos de huerta queda claramente de manifiesto en el artículo 120 de las Ordenanzas Municipales de 1873, donde se especifica que “en los olivares que tengan riego no se invertirá el agua más que en el invierno y épocas en que no la necesiten las huertas”.
     En las respuestas de Quesada al “Interrogatorio de población, agricultura y artes y oficios” realizado por el gobierno en 1802 encontramos algunos datos sobre los usos agrícolas del momento. A la pregunta de “si los labradores conocen, además del estiércol, otros abonos, si los usan y los tienen a mano” la respuesta es: “no más que el estiércol”.
     Y a la pregunta “si la labor se hace con bueyes o mulas o solo de azada, esto es, a fuerza de brazo” se responde: “con bueyes, mulas, asnal y azada”.
     Respecto a los regadíos, el citado interrogatorio pregunta “qué máquinas hidráulicas se usan para elevar las aguas para el riego de las tierras y qué número hay de dichas máquinas”. Quesada responde que hay solo una, en Chíllar. Ello significa que en las proximidades del pueblo las huertas utilizaban canales de riego por los que las aguas fluían desde los ríos aprovechando los desniveles del terreno. La grúa, cigüeña o cigoñal de Chíllar ya se cita en el Catastro de Ensenada (1754), y se la debía de valorar mucho porque es una de las pocas cosas que se resaltan en el croquis del término.
     También de estos temas se ocupa Ciges en “Villavieja”. En el capítulo XIII figura el proyecto que D. Luis Obregón defendía de canalizar el río Gualdavia (Guadiana Menor), que “surcaba la zona llana de Villavieja y de diecisiete pueblos más abajo”, para transformar “en fértiles terrenos de regadío muchas leguas incultas o de insuficiente producción”.
     Ante tal proyecto, D. Ambrosio, el doctor, le objeta:
     Tenemos ya terrenos de regadío: son muy pocos los que los estiman y ninguno sabe obtener de ellos el provecho merecido…
     A lo que D. Luis responde:
     Lo sé de sobra, doctor; pero también me explico que la gente no se entusiasme con ellos. Casi todos son huertas y árboles frutales. Como la abundancia de sus frutos supera a las necesidades de Villavieja, nadie los estima ni vales gran cosa. El excedente de esos productos tendríamos que enviarlo a otros mercados para hacerlos remuneradores; pero antes carecíamos de ferrocarril que los transportase pronto y en buen estado, y ahora nos lo han dejado tan distante, que el envío en caballerías hasta la estación vale más que ellos…
     … Pues bien; como no se trata solo de Villavieja, sino de una extensa y feraz comarca transformada por el río y el cultivo intensivo, ya no es en España, sino lejos de ella, en París, en Londres y en Nueva York, donde podríamos imponer los frutos de nuestra tierra. El mar no está lejos. ¿Y recuerda usted el alentador ensayo que con los higos de nuestras huertas hizo mi hermano Leandro? En París les dieron el segundo lugar, después de los de Esmirna y al lado de los mejores marselleses.[16]
     El proyecto de Obregón tuvo muy poca acogida, por lo que Mosiú (es decir, Ciges) y el maestro conversan al respecto. El suizo dice:
     Yo no acabo de comprender este país. Unas veces me figuro que está poblado de tontos, otras me parece que los tontos se pasan de listos, y casi siempre me produce la impresión de una humanidad alocada, que corre sin saber por qué, y en mitad de la carrera se para en seco. Un médico de pueblos quizás reconocería en Villavieja alguna enfermedad fundamental.
     A lo que el maestro responde:
     Usted mismo ha estado a punto de diagnosticarla al hablar de la falta de perseverancia de don Luis, de la cual participan los demás, que buscan siempre a un hombre, el hombre-providencia, para realizar lo que la voluntad colectiva no es capaz. La enfermedad de Villavieja se llama abulia.
     En los capítulos IV y V de “Villavieja”, Mosiú (es decir, el propio Ciges) analiza la situación de la agricultura en Villavieja y plantea iniciativas de modernización similares a las que D. Leandro Obregón había observado en “una vasta población agrícola de Extremadura donde conservaba algunas propiedades”.[17]
     Dice Mosiú al alcalde en el capítulo IV:
     Carecen ustedes de industrias; el comercio es rudimentario, y solo la tierra constituye su único bien. En ella, pues, debieran de cifrar su amor. ¡Y cómo la tratan! A la tierra le piden todo y nada quieren devolverle. De su seno paridor reciben los frutos para pagar a los jornaleros y vivir ustedes en la holganza. Harta de producir, la infeliz se cansa y extenúa, y entonces reniegan de su esterilidad. Ya empiezan a preferir los terrenos de secano, porque las huertas rinden cada año menos y no compensan proporcionalmente la diferencia de precio. ¡Es natural! El agua las hace parir mucho, y por eso mismo las esquilma mucho más. Solo ustedes fingen ignorar ese fenómeno. Para que siguiese produciendo, tendrían que renutrirla con activos abonos, y solo les ofrecen el insuficiente que almacenan gratis en sus cuadras. Ese apenas podría abonar una tercera parte de la zona regable, y para el resto debieran de solicitar el concurso de la química. -«Cuesta caro»- dicen siempre. Por serlo y no acudir al alimento industrial, la agricultura se les anemiza como las personas, los campos producen poco y ustedes se sumen en la ruina… Retírense del Casino y acérquense a la tierra.
     En el capítulo V se nos hace saber lo ocurrido en el pueblo de Extremadura citado:
     … por primera vez en la dilatada existencia del pueblo llega a la tierra extenuada el socorro del abono químico… Y por primera vez se advierte que nuestro viejo arado ya no satisface las modernas necesidades, y aparece el de vertedera, que llega de las fábricas belgas. Y, como existiendo la necesidad dicen que el órgano no tarda en aparecer, un herrero hábil imita las nuevas máquinas, las perfecciona y abarata en el pueblo mismo, que ya no necesita surtirse del extranjero… Y el propietario, pagando tres o cuatro veces más a los siervos de hace quince años, ha visto aumentar sus cosechas y acrecentar su capital.






[1] Fuente: Nota preliminar a “Villavieja” incluida en el II volumen de las novelas de Manuel Ciges Aparicio publicadas por la Conselleria de Cultura, Educació i Ciència de la Generalitat Valenciana en 1986.
[2] “La Venganza”. Primera parte.
[3] “La Romería”. Capítulo II.
[4] “La Romería”. Capítulo VIII.
[5] “La Romería”. Capítulo X.
[6] “Quesada en el siglo XIX”.
[7] Ignoro quiénes son los personajes reales a quienes se pueda referir el autor con estos títulos nobiliarios, pero recuerdo que, siendo niño, escuché contar en el cortijo de Los Propios que los propietarios de aquel latifundio habían conseguido de Renfe que el talgo Madrid – Granada parase obligatoriamente en la estación de Los Propios – Cazorla, próxima al cortijo, para poder desplazarse ellos cómodamente desde Madrid.
[8] “Villavieja”. Capítulo III.
[9] “Villavieja”. Capítulo VII.
[10] “Villavieja”. Capítulo XVII.
[11] “Villavieja”. Capítulo VII.
[12] “Villavieja”. Capítulo XIV.
[13] “Villavieja”. Capítulo IV.
[14] “Quesada en el siglo XIX”.
[15] “Villavieja”. Capítulo X.
[16] Este dato parece tener una base histórica. Al parecer, en la exposición universal de París de 1889, los higos secos de Quesada obtuvieron un segundo premio.
[17] Probablemente Azuaga (Badajoz). Ciges Aparicio residió allí entre 1878 y 1890 y regresó en la primavera de 1903. (Fuente: nota 23 de “Villavieja”, en el II volumen de las novelas de Manuel Ciges Aparicio publicadas por la Conselleria de Cultura, Educació i Ciència de la Generalitat Valenciana en 1986).

1 comentario:

  1. Te estás convirtiendo en el principal divulgador de la obra de Ciges Aparicio, escritor que conocí gracias a ti y que rápidamente te atrapa con su obra crítica llena de excelentes diálogos y relatos literarios. Corrupción política, asesinatos machistas, situación crítica del jornalero, costumbrismo irracional... Que venga Dios y vea si la obra de Ciges ha envejecido con el paso del tiempo. ¡Enhorabuena, Luis, por tu nueva publicación!

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