Algunos apuntes sobre la estructura urbana de Quesada en el siglo XIX.
Este artículo, cuya autoría comparto con Vicente Ortiz García, se publicó en la "Revista de Información y Cultura" de Quesada (Jaén) con motivo de la Feria y Fiestas de 2019.
La
villa medieval de Quesada se arracimaba alrededor de la iglesia y plaza de La
Lonja, protegida de las frecuentes incursiones granadinas por una doble
muralla.[1] Más allá
de sus puertas solo estaba el campo y el peligro.
Maqueta de Nicolás Navidad (fotografía de Luis Garzón) |
El
final de la guerra con Granada en 1492 y la paz consiguiente permitió que el
pueblo saliera de su encierro y se extendiera por el campo abierto. Para ello
se trazó una calle ancha, recta y larga para lo que era corriente en la época,
la calle Nueva. Desembocaba en la parte más alta y llana que había frente a las
murallas y allí se abrió una gran plaza rectangular, la plaza pública o de la
Villa, que se convirtió de inmediato en el centro del pueblo; en uno de sus
lados principales se construyó la casa del Cabildo o Ayuntamiento. La plaza era
de tierra pisada, diáfana, sin plantas ni árboles y en ella se organizaba el
mercado. Así se mantuvo durante siglos el casco urbano: una zona antigua con la
iglesia y una parte moderna alrededor de la plaza. La calle Nueva, que salía
desde el arco de la Manquita, comunicaba una y otra.
En la segunda mitad del siglo XIX el mercado se trasladó al patio del convento dominico, propiedad municipal tras la Desamortización. En la plaza se plantaron olmos y jardines. Los quesadeños de la época estaban muy orgullosos de aquel paseo tan moderno y tan urbano. De lo que no estaban tan orgullosos era del acceso a la iglesia desde su flamante jardín. Había que cruzar el arco de la Manquita, adentrarse por la calle Enmedio (hoy Luis Valera de Mendoza), retorcerse en la calle Adentro y desde allí doblar hasta La Lonja. Y es que la calle de la Virgen no existía. En el plano de Quesada realizado por Francisco Coello, a mediados del siglo XIX, se puede ver como la única vía urbana de acceso a la iglesia parroquial era la estrecha calle Adentro.
En la segunda mitad del siglo XIX el mercado se trasladó al patio del convento dominico, propiedad municipal tras la Desamortización. En la plaza se plantaron olmos y jardines. Los quesadeños de la época estaban muy orgullosos de aquel paseo tan moderno y tan urbano. De lo que no estaban tan orgullosos era del acceso a la iglesia desde su flamante jardín. Había que cruzar el arco de la Manquita, adentrarse por la calle Enmedio (hoy Luis Valera de Mendoza), retorcerse en la calle Adentro y desde allí doblar hasta La Lonja. Y es que la calle de la Virgen no existía. En el plano de Quesada realizado por Francisco Coello, a mediados del siglo XIX, se puede ver como la única vía urbana de acceso a la iglesia parroquial era la estrecha calle Adentro.
El
Ayuntamiento andaba preocupado por "la estrechez, recodos y mal estado de
la calle Adentro, vía única hoy practicable para el acceso a la Iglesia Mayor
Parroquial de esta Villa, cuyas circunstancias producen entorpecimientos,
incomodidades, perjuicios y hasta ridiculez en las procesiones y demás actos
religiosos, que tanto el vecindario cuanto el Clero y la Corporación Municipal
tienen que atravesarla frecuentemente y con especialidad en las festividades
públicas"[2].
Para evitar estas escenas tan poco lucidas se pensó que la solución era abrir
un nuevo acceso a la iglesia por donde pudieran pasar con decoro los cortejos.
El acceso se abriría "por el confín de la calle Nueva, a la derecha de su
salida a la carretera".
Sobre el plano de 1896, calle de la Virgen y acceso a La Lonja antes de su apertura (Vicente Ortiz). |
El
problema era que para abrir la nueva vía había que derribar casas y comprarlas
o expropiarlas. A tal efecto, se decidió “entenderse con los propietarios” de
las casas que se vieran afectadas, “que forman línea regular y recta desde los
frentes de su entrada hasta la salida por su espalda a la plazuela que da
subida al sitio llamado las Escalerillas”.[3] Quesada
se unía así, a su muy modesta escala, a las reformas urbanas emprendidas en
muchas ciudades y pueblos mediante la construcción de ensanches o la apertura
de avenidas y calles modernas trazadas derribando edificios de los viejos
caseríos.[4]
Finalmente, la calle fue abierta en 1886. Para ello
fue necesario indemnizar a los propietarios de las casas que debieron
derribarse total o parcialmente a tal fin.[5] Las indemnizaciones fueron costeadas por la
Municipalidad (3.087’50 pesetas), por la cofradía de la Virgen (1.000 pesetas),
y por la Parroquia (250 pesetas). Respecto a las obras y "con el fin de no
serle más gravoso a los fondos municipales" se acordó con el maestro Antonio Sánchez Miñarro que hiciese el
derribo de las casas y arrecifara (empedrara) la nueva calle cobrándose de los
materiales resultantes del derribo, "por cuya razón la municipalidad tan
solo ha tenido el gasto de la mencionada indemnización". Es interesante
observar el gran valor que se concedía entonces a los materiales procedentes de
derribos para su reutilización en nuevas construcciones, algo muy diferente a
lo que hoy sucede.
La calle de la Virgen hoy (fotografía de Vicente Ortiz). |
La apertura de la calle dio nueva vida a la zona de
la iglesia y facilitó el traslado del viejo hospital municipal existente en la
calle del mismo nombre (calle Hospital) a una casa alquilada en la Plaza de La
Lonja (esquina a calle Alcázar); se inauguraron las nuevas instalaciones
sanitarias el 27 de julio de 1890. Parte del gasto del hospital lo recuperaba
el Ayuntamiento subastando los balcones y rejas del edificio para que algunos
espectadores pudieran presenciar cómodamente los espectáculos de toros, que
desde 1883 se organizaban en La Lonja durante la feria.
Los festejos eran organizados por aficionados
particulares que se hacían cargo de “improvisar con las seguridades consiguientes
el necesario espacio en la plaza de la Iglesia Parroquial”. En 1891 las corridas fueron los días 13, 14,
15 y 16 de septiembre. El tipo (cantidad de partida) para la subasta "de
cada uno de los tres balcones que tiene dicho establecimiento será el de siete
pesetas cincuenta céntimos, y el de tres pesetas por cada una de las rejas que
tiene el mismo, entendiéndose por estas los balcones de pecho que hay sobre los
voladizos."[6]
Toda
la zona de La Lonja debía estar por entonces muy abandonada y deteriorada. En
la calle Alcaidía había un torreón, antigua torre del homenaje, que por
aquellos años se usaba como cárcel. Es la torre que se ve al fondo en la famosa
foto antigua del arco de los Santos que hizo Carriazo. Parece que junto a la
torre había un espacio que los vecinos utilizaban inapropiadamente como
muladar: “el rincón que hay a la
entrada de la cárcel pública de esta villa tan solo sirve para que los vecinos
contiguos hagan sus necesidades y echen las inmundicias de sus respectivas
casas", de manera que el Ayuntamiento se vio obligado a levantar una tapia
"desde la esquina de la casa de D. Juan Antonio del Águila hasta la pared
perteneciente a esta Parroquia".[7]
Al otro lado de la iglesia, en lo que hoy forma
parte de plaza reformada junto al Mirador de la Baranda, el problema era
similar. El cura párroco se quejaba al Ayuntamiento de “que lindando a dicha
iglesia por el lado norte existe un solar de casa que en la antigüedad fue del
curato que viene siendo ejido y depósito de inmundicias de aquellos
alrededores, perjudicial a la salud pública y también peligroso por la muralla
derruida y profunda de aquel punto"; por eso solicitaba que "en
virtud a lo cual, siendo un ensanche de la iglesia, solicita se le conceda,
fijando las líneas para la distancia que la calle ha de tener”.
El Ayuntamiento concedió al párroco el solar
solicitado fijando su extensión “en 484 metros y 88 centímetros
cuadrados”, con las reglas que habrían de observarse, “que son: que la tapia
para cerrar el terreno ha de tener dos y medio metros por lo menos de altura en
la línea amojonada al norte y poniente; que la muralla se conserve y repare
siempre y cuando lo necesitase para la seguridad del objeto a que se destina y
de las casas contiguas; que la fachada a la vía pública se enluzca y blanquee
con cal al menos”.[8]
Dicho
solar, de titularidad municipal a finales del XIX, es el que recientemente el
Ayuntamiento permutó a la Iglesia por el antiguo “Hospital de Pobres” (calle
del Hospital) para ampliar y acondicionar la citada plaza junto al Mirador de
la Baranda y para restaurar la torre de la muralla allí existente.
Por
último, la muralla de la calle del Cinto no estaba tampoco en mejores
condiciones. Se desplomó parcialmente en mayo de 1936 y volvió a derrumbarse en
1948 provocando la muerte de cinco personas. Pero la amenaza de ruina venía de
antiguo. Bastantes años antes las actas de los plenos municipales recogían las
quejas y protestas de los vecinos. Así, por ejemplo, Rosa de la Cruz presentó
un escrito en el que denunciaba ante la alcaldía “que una muralla que existe
por encima de su casa en la calle del Cinto amenaza ruina con daño para las
casas colindantes”.[9]
Vemos
con estos casos cómo pueblos y ciudades son organismos vivos que van modificando
su estructura con el tiempo. Los cambios sociales y las nuevas tecnologías
someten a sus estructuras urbanas a tensiones que hacen imprescindible realizar
reformas de cuando en cuando. De la misma manera que el tráfico actual ha
dejado estrecha y agobiada la vía que en su día fue ensanche y calle Nueva y ha
hecho necesaria una circunvalación, las tortuosas calles del antiguo pueblo
medieval encerrado en las murallas se quedaron obsoletas en los albores del
siglo XX. Fue necesario abrir la calle de la Virgen para facilitar una comunicación
decorosa, para procesiones y autoridades, entre la iglesia y la plaza.
[1] La estructura urbana de la
Quesada medieval puede observarse en la magnífica maqueta que Nicolás Navidad
realizó hace años y volvió a presentar recientemente. Está a disposición del
público en la oficina de información turística de Quesada.
[2] Pleno municipal de 26 de agosto
de 1883.
[3] En el pleno de 30 de noviembre de 1884 se precisó
igualmente que la nueva vía debería terminar “en las Escalerillas, o sea en la
calle del Cinto”.
[4] De estos años son los primeros
proyectos para la apertura de la Gran Vía de Madrid o la de Granada.
[5] Pleno de 24 de enero de 1886. Se
indemnizó a Tiburcio Serrano (1.750 pesetas), Tomás Zamora Vílchez (462’50
pesetas), Cipriano López Marín (875 pesetas), y Toribio Morillas y Pablo Lara
(1.250 pesetas).
[6] Pleno municipal de 6 de
septiembre de 1891.
[7] Pleno municipal de 29 de
octubre de 1893.
[8] Pleno municipal de 21 de junio
de 1885.
[9] Pleno municipal de 20 de junio
de 1915.
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