En este mismo blog publiqué (mayo de 2022) una página titulada “Rafael Zabaleta opina sobre Diego Velázquez”[1]. Recogía en ella las respuestas del pintor a una encuesta enviada por Manuel García Viñó para La Estafeta Literaria.
Ahora he podido consultar el número de La Estafeta Literaria correspondiente al
15 de julio de 1960. En su página 5, Manuel García Viñó publicó un emotivo
obituario de Rafael Zabaleta en el que hace referencia a aquella encuesta sobre
Diego Velázquez y a la carta que el pintor le envió (probablemente la última de
su vida) junto con sus respuestas a dicha encuesta.
Transcribo a continuación el texto publicado por García Viñó:
Lo vimos por última vez, hace casi nada, en la Sala
de Santa Catalina del Ateneo de Madrid, cuando el Premio de la Crítica. Días
después recibimos una carta suya y las contestaciones a una encuesta sobre Velázquez
que prepara LA ESTAFETA LITERARIA. Casi a la vez, la noticia de su muerte en
los periódicos. Era como recibir una carta del más allá. Zabaleta nos pedía un
ejemplar del número de la revista en que se publicaran sus contestaciones; nos
daba un encargo para un amigo común; nos aseguraba que vendría a Madrid para
ver la gran exposición de Velázquez… Tres cosas ya imposibles. ¿Cuántas, como
ellas, habrá dejado de hacer el pintor Zabaleta? ¿Cuántos cuadros de esos que
prometían sus cincuenta y tres años tan en formidable madurez, tan
prometedores?
Con Rafael Zabaleta pierde España uno de sus grandes
pintores todavía personales. Pintura racial, la suya. Racial, pero universal
por los cuatro costados. Porque en ella estaban todas las experiencias, todas
las enseñanzas que más de medio siglo de arte revolucionador había ido
amontonando para que no las olvidaran quienes pudieran hacer uso de ellas; pero
manejadas de una forma y con un estilo que sólo un español, que además supiera
ser él mismo, él sólo, podía hacerlo.
Cuando uno se encontraba con Zabaleta, pequeñito,
silencioso, tímido, le parecía casi imposible que fuera el autor de esos
cuadros estallantes de luz y de color; de esos paisajes animados, casi
vivientes; de esas figuras de campesinos estáticos, tremendos, casi minerales,
de puros fundidos con el paisaje. Y es que Zabaleta era de los que no hablaban sino
cuando tenían algo importante que decir. Aislado en su retiro de Quesada,
gestaba su obra, al margen de literaturas y folklores. Y cuando más silenciosa
era su labor, tanto más contundentes e importantes eran sus resultados. Por eso
yo estoy seguro de que, ahora que está definitivamente callado, su obra grita más
y más alto que nunca. Y seguirá gritando y sonará para siempre en el lugar que
su autor supo merecer en la Historia del arte verdadero.
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