Este artículo se publicó en la "Revista de Información y Cultura" de Quesada (Feria y fiestas de 2012). Unos meses después de su publicación, hace ya seis años, falleció Medardo Fraile, que lo llamaba con razón "nuestro artículo" y me escribía al conocerlo: "Me ha gustado mucho tu
idea (muy bien contada) de convertir toda esa información en
artículo, que se suma a tus investigaciones
sobre nuestro Zabaleta".
En memoria de Medardo Fraile, con mi respetuoso y emocionado recuerdo.
Conforme el investigador se adentra en la vida de Rafael Zabaleta, va confirmando
que el pintor tenía fuera de su pueblo natal una vida muy rica desconocida para
sus paisanos, incluso para sus amigos más próximos. Este hecho no resta en
absoluto relevancia a Quesada en la vida y en la obra de su artista, pero pone
de manifiesto que Zabaleta no fue simplemente un pintor de carácter local ni
provinciano, y que estuvo en contacto con el mundo cultural y artístico de su
época, especialmente en Madrid, Barcelona y Santander.
Recientemente localizamos en una librería de viejo de Texas (USA) un raro
ejemplar del libro de cuentos de Medardo Fraile titulado A la luz cambian las cosas (1), cuya portada está
ilustrada por Rafael Zabaleta (2).
Naturalmente, el hallazgo despertó nuestro interés, por lo que intentamos, y
afortunadamente conseguimos, contactar con el autor y hablar con él.
Medardo Fraile, escritor madrileño frecuentemente adscrito a la llamada
“generación de los cincuenta”, es uno de los principales exponentes del cuento
español en el siglo XX, además de un hombre cercano, amable y generoso, que se
ha prestado a facilitarnos cuantos recuerdos conserva de Rafael Zabaleta.
Lo primero que llamó nuestra atención es el hecho de que en uno de sus
cuentos, titulado Chaveschev (3),
aparece “un pintor pequeño, concentrado, silencioso, de profundo mirar y
andares lentos y quedos buscando, tal vez, hallar matices de luz en los
colores”, descripción que corresponde –según nos manifestó el propio Medardo- a
Rafael Zabaleta, que se convirtió así en un “personaje de cuento”.
Chaveschev se gestó una noche
de copas en Santander, durante los cursos de verano de la Universidad Menéndez
Pelayo, en los que participaban tanto Medardo Fraile como Rafael Zabaleta (4). Nos
contó su autor que Gaspar Gómez de la Serna lo invitó a ir a Santander en
agosto de 1954 para leer una ponencia sobre la situación editorial del cuento
en España y que, una vez allí, le ofreció escribir para el diario “Alerta” la
crónica diaria de la Universidad Internacional de Verano por mil pesetas, a lo
que accedió (5).
Recordando esas crónicas, Medardo Fraile localizó una entrevista que él
mismo hizo a Rafael Zabaleta en Santander y que apareció en el diario “Alerta”
el 15 de agosto de 1954. Tuvo la amabilidad de facilitarnos una copia. Como la
entrevista nos parece sumamente interesante tanto por las manifestaciones del
entrevistado como por el brillante estilo literario del entrevistador, siempre perspicaz
y agudo, la reproducimos íntegra y textualmente a continuación:
La
Universidad Internacional, al día
Zabaleta se considera
agricultor profesional y pintor aficionado
El gran artista andaluz cree que España ha de
ocupar pronto un lugar mundialmente destacado
Rafael Zabaleta, el gran
pintor, se va esta noche. Es hombre menudo, fuerte, humilde, que, abierta la
camisa, en los días en que el sol calienta, se parece a Van Gogh. Tiene los
ojos abultados, claros, profundamente inquietos, irascibles a veces, otras con
una chispa de desprecio, casi siempre ausentes y tranquilos, algo desengañados.
Lleva en su piel el aire y el sol en verano e invierno y un día caemos en la
cuenta de que tiene un bigotillo tímido, entrecano, que modera su sonrisa y
subraya y encuadra su mirada, siempre, por la postura de Rafael, un poco
vertical. Esa pincelada gris de su bigote le da aire de artillero antiguo, de
aquellos que retrataban los pintores con un paisaje humeante a lo lejos y una
pirámide de bolas bronceadas esperando entrar en el guá de cualquier castillo.
Le da el bigote cierto aire romántico, cierto aire de todas las épocas y, por
él, dan ganas de decirle a Rafael que se vuelva al grabado de donde ha salido.
Tiene Zabaleta un porte digno, serio, y charlando se ve que lo sabe todo, pero
por él mismo, porque ha pensado muchas cosas. Es generoso, sabe invitar a vino
con altivez –y esta altivez la adopta por el vino- y observa y mira siempre.
Pasea solo con frecuencia como un eterno discípulo de sí mismo, dándose clase.
Rafael Zabaleta es, además, un pintor como hay pocos, y esto justifica que,
para ustedes, le haga unas preguntas.
-Nací
en Quesada, provincia de Jaén, en noviembre del año siete. Pinto desde que
tenía tres años. Fui bachiller a contrapelo. Estaba deseando llegar a quinto
curso, porque había dibujo, y, en efecto, me dieron matrícula. La única
matrícula de honor en toda mi vida.
Ingresé
en la Escuela de Bellas Artes, de Madrid. En dibujo, al ingresar, me
suspendieron dos veces. En esta Escuela no obtuve ningún premio.
En
aquel tiempo me interesaban Sorolla y Zuloaga. Pero ya dentro de Bellas Artes
empecé a despertar a lo que se llama la escuela de París. Manuel Abril me
destacó en la crítica de una exposición colectiva de los alumnos de Bellas
Artes. Esto fué en 1928 (6).
En
el año 34 hice mi primer viaje a París (7), que es la palestra
mejor para un artista. La guerra nuestra, y la guerra mundial luego, malogró
mis planes.
Mi
primera exposición en Madrid fué el año 43 (8).
Picasso,
antes de recibirme, quiso ver cosas mías y, al verlas, me trató como a un
compañero y me distingue con su amistad.
Lo
que yo quiero hacer en mi pintura es una síntesis de la escuela de París con
todos los elementos que puedo yo aprovechar. Un nuevo realismo, transportando
todo aquello a la tierra donde uno vive.
Me
parece que hasta ahora no he hecho más que tanteos. Lo anterior ha sido un
camino obligado hasta llegar a lo que pretendo ahora.
Los
pintores más importantes, hoy, me parecen Picasso y Miró.
Actualmente
hay un plantel de jóvenes pintores que están en buen camino. Se nota un
renacimiento de la pintura por el que España, mundialmente, puede ocupar dentro
de poco un lugar destacado. Entre los jóvenes ya maduros citaré a Palencia,
Cossío, Ortega Muñoz, Francisco Mateos y Miguel Villar. Entre los otros, más
jóvenes, la lista sería interminable.
Solana
es un caso puramente ibérico y español; y es genial dentro de su limitación.
De
los clásicos, me quedo, por este orden, con Velázquez, el Greco, Goya,
Zurbarán, Pedro Berruguete y, en bloque, con los pintores románicos, muy bien
representados en Cataluña.
Yo
no vivo de la pintura. Soy un pintor amateur y un agricultor profesional. La
pintura me ayuda únicamente.
Para
mis cuadros, los mercados más importantes son Madrid y Barcelona.
En
el mes de marzo próximo voy a exponer por primera vez en la galería Drouan
David. (9)
He
tenido accidentes de moto que me han impedido, siempre que iba a hacer algo que
me interesaba, realizarlo. La moto tiene la culpa de que no haya expuesto en
París mucho antes. Y para pintar no puedo prescindir de ella, porque tengo que
recorrer los campos de mi región.
Quesada,
el pueblo donde nací y vivo, y toda la región en general, tiene duende.
Me
gustan los colores puros, tal como salen del tubo. Siempre que puedo los empleo.
El
color que más me gusta es el amarillo.
En
un cuadro, lo que me parece imprescindible es la arquitectura, la estructura y
el dibujo. Más aún que el color. Aunque sin el color no haya cuadro.
Los
temas –digámoslo así- para mis cuadros los tomo de lo que me rodea. Aunque no
me limito a ello, soy conocido como pintor de esas gentes duras agrestes, del
país.
En
general, me gusta todo el arte. No concibo a un pintor que no sepa de poesía,
de arquitectura, etc. Lo que cada arte expresa pasa a formar parte de una sola
voz. Me gusta la literatura. Pero creo que, igual que en el siglo XIX todo el
arte era más o menos literario, hoy día es más que nada pictórico. Por eso hay
mucha afición a la imagen. Y por eso está de moda el cine. Quizá todo sea por
la prisa. Un cuadro lo ve uno muy pronto y se puede marchar.
Fuera
del arte me gusta la caza.
Yo
soy un pintor del sur y de Castilla. Un pintor andaluz. Cuanto más local es un
artista es más universal.
He
venido dos veces invitado a la Universidad Internacional, aquí, a la Magdalena.
Santander
es una maravilla; el lugar, los alrededores, todo… De lo que yo conozco del
Norte, es, para mí, lo más hermoso.
Sí,
te puedo contar alguna anécdota. Suelo ir todos los años a dibujar una
temporada a la Escuela de Bellas Artes. Allí, una de estas veces, hice amistad
con un señor mayor. Cambiábamos impresiones y nos llevábamos muy bien. Surgió
un día en la conversación el tema de la I Bienal, que se celebraba entonces en
Madrid, y teníamos en todo puntos de vista distintos. El señor dijo de pronto:
“En fin, creo que ahora nos pondremos de acuerdo, porque no me dirá usted que
Zabaleta no es malo…” Y, claro, no hubo forma de llegar a un acuerdo…
Adiós,
Rafael Zabaleta. Mañana, los amarillos de Santander se notarán un poco
huérfanos, y si a un amarillo cualquiera se le ocurre hablarme, yo le diré que
te has marchado.
M.
FRAILE
Dejamos que sea el lector quien
saque sus propias conclusiones sobre las manifestaciones del pintor. Nosotros
consideramos que son unas de las más sinceras y personales que hemos leído;
además, merece la pena analizar ante sus obras lo que él mismo dice acerca de
la pintura en general y de su pintura en particular.
No obstante, debemos comentar
que nos parece curiosa esta declaración de Zabaleta: “La moto tiene la
culpa de que no haya expuesto en París mucho antes”. No podemos creer que el
pintor no expusiera en París (ni antes ni después de esta entrevista) como
consecuencia del accidente de moto sufrido en julio de 1951 ni de ningún otro.
Creemos que los motivos fueron muy distintos. Pero es digno de resaltar el
interés que siempre tuvo Zabaleta en exponer en la capital francesa y el hecho
de que busque razones como la del accidente de moto para justificar ante sí
mismo la frustración que le supone no conseguir la ansiada exposición parisina.
El propio Medardo Fraile recoge en sus memorias otras inquietudes de su
amigo Rafael (referidas al año 1959, en el que apareció A la luz cambian las cosas) que creemos oportuno recoger aquí:
«En la esquina de Marqués de Urquijo con Rosales,
bajando a la derecha, estaban construyendo ese año una torre alta y sólida, un
edificio rectangular, donde Zabaleta quería adquirir un estudio en el último
piso. Costaba lo que hoy parece una cantidad irrisoria: un millón de pesetas.
Yo vivía pocos metros más arriba, en Altamirano, y no recuerdo cómo, ni por
quién, conocía al arquitecto. Zabaleta me encargó que hablara con él y le
enviara información y diseños, y, en eso estábamos él y yo, cuando el gran
pintor y gran amigo murió repentinamente en Quesada. Creo que había celebrado
su última exposición en Barcelona, el 22 de octubre de 1957 (10).
La actitud de Zabaleta ante sus cuadros era idéntica
a la mía con mis cuentos, y en esto no entra vanidad alguna. Hizo otra
exposición en la Biblioteca Nacional de Madrid -¿era esa la última? No estoy
seguro- (11). Fui
a saludarle y a ver los cuadros, que admiré siempre sin paliativos. Él estaba
allí sentado, silencioso, como un visitante que se hubiera cansado. Di una
vuelta concienzuda a la sala y, uno de los cuadros, que no pasaría de 50 x 30
centímetros, exudaba tanta belleza e intimidad que mis ojos querían vivir en
él. Era la fachada de una casita encalada de pueblo, de noche, con su balcón
entreabierto y luz de luna levemente azulada y, en la habitación sin nadie, se
entreveía una mesa camilla de faldas floreadas y, encima, una lámpara antigua
encendida y un cacharrillo minúsculo con florecillas del campo. Parecía tan
atrayente esa hidalguía aseada y mínima que mis ojos se volvían una y otra vez
a su cálido embrujo. Le dije a Rafael que ese cuadro ya me lo llevaba dentro,
que era el mejor para mí. Él, con aire tranquilo, me dijo:
Confiamos en que estos valiosos testimonios de Medardo Fraile, a quien
se los agradecemos sinceramente, contribuyan a un mejor conocimiento de la
personalidad de Rafael Zabaleta y de su pintura.
(1) Fraile,
Medardo. A la luz cambian las cosas.
Colección Cantalapiedra. Santander, 1959. Puede consultarse un ejemplar en el
Museo Zabaleta de Quesada.
(2) El
autor escribe en sus memorias:
«El libro apareció tan bien editado como era de esperar. […] Los
de Cantalapiedra reprodujeron en la portada un dibujo picassiano de Rafael
Zabaleta, que me regaló dedicado en 1954, a raíz de nuestra amistad, nacida en
Santander, como el libro. Era un grupo de cinco mujeres campesinas de frente,
delineadas con presencia y fuerza y una pureza de líneas virginal.» (Fraile,
Medardo. El Cuento de Siempre Acabar.
Editorial Pre-Textos, Valencia, 2009. Página 514).
(3) Fraile, Medardo. A la luz cambian las
cosas. Colección Cantalapiedra. Santander, 1959. Páginas 113-118.
(4) Efectivamente, en Chaveschev podemos
leer:
«A Chaveschev me lo presentó un pintor pequeño, concentrado,
silencioso, de profundo mirar y andares lentos y quedos buscando, tal vez,
hallar matices de luz en los colores. Chaveschev –me dijo- es un aficionado a
la pintura. Los tres juntos fuimos a Trapecio,
pequeña sala de arte en la que se abría, a las ocho, la exposición de un
vienés. Allí encontramos a un grupo de pintores amigos y a las nueve estábamos
pensando adónde iríamos para tomar unos chatos y cenar. Se planteó la elección
de restaurante o taberna. Las tabernas –exceptuando, entre otros, a
Chaveschev-, contaban con mayoría de votos.
Caía una llovizna que estorbaba el andar y el entrecejo, pero
la noche era alegre, llena de luces voluntariosas y frescas, y el olor del mar
alimentaba como un aperitivo y nos llevaba hacia el chato de la sardina y la
raba. Fuimos a una taberna.» (Fraile, Medardo. A la luz cambian las cosas. Colección Cantalapiedra. Santander,
1959. Página 114).
(5) En
sus interesantes memorias, tituladas El
Cuento de Siempre Acabar ( Editorial Pre-Textos, Valencia, 2009), Medardo
Fraile cuenta su experiencia periodística santanderina en los siguientes
términos:
«El director de Alerta era un señor cortés muy amable, alto,
con bigote y un poco anticuado y me recomendó “ligereza de estilo” y que no
dejara de reseñar, ni por todos mis muertos, la conferencia o conferencias de
cualquier pez gordo de la cultura, de la política, de las letras o de lo que
fuera. Las crónicas deberían oscilar entre los cuatro y los cinco folios y la
hora límite de entrega era las siete de la tarde.
Todo fue bien, chicoleé con las francesitas playeras que
estudiaban español, asistí todos los días a una o dos conferencias, me informé
de las que no había oído, fraternicé con los pintores –entre ellos el gran
amante de los amarillos, Rafael Zabaleta, y Mampaso-, y con los poetas más
ostensibles –sobre todo, Rosales-. Asistí al espectáculo de escuchar a Gerardo
Diego tocar el piano y recitarnos que “estaba oyendo cantar a un mirlo” y,
entre cuatro y media y cinco de la tarde, escribía en mi cuarto la crónica y
luego, como Aquiles , “el de los pies ligeros”, me iba a entregarla al periódico.»
(Fraile, Medardo. El Cuento de Siempre
Acabar. Editorial Pre-Textos, Valencia, 2009. Página 411).
(6) En
realidad fue el 6 de marzo de 1932, en la revista “Blanco y Negro”.
(7) En
realidad su primer viaje a París lo hizo en 1935.
(8) En
realidad, su primera exposición (Galería Biosca) tuvo lugar en 1942.
(9) No
lo conseguiría, pero en 1955 realizó algunas de sus exposiciones más
importantes: Sala de la Dirección General de Bellas Artes, III Bienal
Hispanoamericana de Arte de Barcelona (en la que obtuvo el premio de la
UNESCO), Bienal del Mediterráneo (Alejandría) y Museo del Parque de Bilbao.
(10) Exposición en Galerías Syra de Barcelona, del 22 de octubre al 4 de noviembre
de 1957.
(11) En
mayo de 1959 Zabaleta realiza su última exposición individual, en la Sala de la
Dirección General de Bellas Artes (Madrid).
(12) Fraile, Medardo. El Cuento de Siempre
Acabar. Editorial Pre-Textos, Valencia, 2009. Página 515.
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